Prosa del siglo xviii resumen

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Prosa del siglo xviii resumen

 

La prosa DEL SIGLO XVIII

 

1. Características generales

En múltiples ocasiones se ha planteado el problema de acotar el terreno de lo literario en nuestra prosa dieciochesca, dado que predominan la prosa didáctica, el ensayo, los textos periodísticos, las polémicas, sobre la prosa narrativa. Pero ¿dónde debemos colocar el límite sutil de la creatividad? ¿Por qué consideramos los valores literarios del Informe sobre la Ley Agraria, de Jovellanos, y apenas nos detenemos en las Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, de su amigo el conde de Cabarrús?
"El siglo XVIII es un siglo de crisis: una cultura muere al tiempo que nace otra, a la que todavía pertenecemos nosotros; y en ese momento de crisis, de planteamiento contestatario de la cultura anterior a todos les preocupan mucho más las ideas las viejas para combatirlas, las nuevas para propagarlas, que la creación artística, e incluso ésta se supedita a la crítica o a la propaganda. No es un fenómeno exclusivo del XVIII, porque en todo período crítico ocurre lo mismo. Y si ése es el carácter general del siglo, no tendremos más remedio que aceptarlo también a la hora de decidir qué autores o qué obras debemos estudiar en este capítulo, y así habrá que excluir a Macanaz, Campomanes, Cabarrús, Foronda o Arroyal, porque sus obras pertenecen a la historia de las ideas, de la política o de la economía pero habrá que incluir a Feijoo, Forner y Jovellanos, no porque interesen menos en la historia de las ideas, sino por tener una incidencia literaria que los otros autores no tuvieron."
J.M. CASO GONZÁLEZ, "La prosa en el siglo XVIII", en J.M. Díez Borque, coord., Historia de la literatura española, III, Madrid, Taurus, 1980.
En la época de la Ilustración la prosa es sobre todo un vehículo de difusión de ideas; la literatura sirve como medio de comunicación, de educación, de propaganda. Esta voluntad de intervenir en la vida pública a través de la literatura tuvo unas consecuencias estilísticas:
"En un esfuerzo de adaptación, la prosa española del siglo XVIII sacrificó la pompa a la claridad; ya que no posee grandes cualidades estéticas, adquirió una sencillez de tono moderno que constituye su mayor atractivo. Por reacción contra culteranos y conceptistas, las miradas se sentían atraídas hacia los escritores de nuestro siglo XVI en los que veía Cadalso "las semillas que tan felizmente han cultivado los franceses en la última mitad del siglo pasado [el XVII], de que tanto fruto han sacado los del actual". Observaba Feijoo que los escritos del país vecino "son como jardines, donde las flores espontáneamente nacen, no como lienzos donde estudiosamente se pintan. En los españoles, picados de cultura, dio en reinar de algún tiempo a esta parte una afectación pueril". Sin embargo, Feijoo fue continuador de la prosa conceptista del XVII por la frecuente acuñación de frases simétricas, llenas de paralelismos y contraposiciones, y sintió la atracción de las imágenes atrevidas, propias del barroco. No en balde sostenía que el "enthusiasmo", "el furor" eran el alma de la poesía, anunciando el entonces futuro Prerromanticismo."
Rafael LAPESA, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1980, 8.ª
No buscaban los ilustrados innovaciones, antes bien se atenían a los modelos clásicos, para ser comprendidos mejor por el público.
"Se mantiene la clasificación tradicional de los tres estilos: sublime, medio, ínfimo, pero el P. Feijoo contradice, con su ejemplo, la afirmación de N. Glendinning de que "Sólo al final del siglo propugnan algunos autores la idea de un estilo personal".
Es cierto, por ejemplo, en el caso de Jovellanos, quien, en carta a Vargas Ponce (1799), le dice: "Usted es uno cuando habla o cuando escribe; y otro cuando compone; allí es usted Vargas; aquí otro que huye de Vargas, o quiere encaramarse sobre él. En una palabra, usted no se ha formado estilo propio, porque se ha empeñado en apropiarse el ajeno." […]
También Luzán distingue un estilo personal ("la locución y la manera particular de explicar sus pensamientos que tiene cada uno"). Alude también a un estilo nacional ("una nación suele tenerlo diverso de otra por la diversidad, según yo creo, de las costumbres, del clima y de la educación") y a un estilo de época ("Hasta los siglos han tenido sus estilos"). Pero añade: "la más cierta y segura regla que se debe seguir para determinar el estilo no ha de ser ni la nación, ni el siglo, ni el genio, sino la materia misma, que es la que señala al poeta y al orador aquel género de estilo en que deba escribir. Y como, según los retóricos, hay tres géneros de materia [alta, noble y grande; humilde, baja y fácil; y en medio de estos dos extremos], tres serán los estilos: uno grande, elevado y sublime, que los griegos llamaron adrón, esto es, varonil y robusto; otro natural y sencillo, que llamaron ischnón, esto es, sutil y delgado; otro mediano, a quien los mismos dieron el nombre de antherón, esto es, florido y hermoso. Hay un vicio y una virtud comunes a los tres estilos: la afectación, que se produce siempre que el ingenio camina sin la guía del juicio, y lo sublime de cada estilo, que consiste, sobre todo, en un no sé qué que mejor se percibe que se enseña.
Luzán añade también el estilo jocoso, al que enriquece la invención de vocablos y agudezas tales como la paronomasia, los equívocos, las hipérboles, la ironía. Como es el estilo propio de la sátira, ésta, para ser buena, requiere la moderación y que la reprensión de los vicios sea general, sin herir los vicios particulares ni a los individuos .
Forner se queja de que los tratadistas exijan determinados estilos para los distintos géneros o materias y no expliquen, por ejemplo, en qué consiste la sencillez. De aquí que intente una explicación, no hecha hasta entonces, y, así, habla de estilo filosófico, cuando el pensamiento se muestra desnudo de artificio; de estilo blando y suave, cuando las voces traslaticias se toman de cosas blandas que comportan sentimientos suaves; y de estilo alto y magnífico, cuando esas voces se toman de cosas altas y magníficas. En esto consiste, según él la teoría de los caracteres del estilo. Si alguien se pregunta cómo conocer los diversos sentimientos que producen las cosas, Forner le responde que "el que no sea filósofo, no se tome el trabajo de ser poeta"."
E. LACADENA CALERO, La prosa en el siglo XVIII, Madrid, Playor, 1985.
Esta prosa de difusión de ideas reformistas tiene como consecuencia inmediata la oposición, la defensa de otros intereses, el enfrentamiento, la discusión, las posiciones contrapuestas, el fuego cruzado. Desde sus orígenes mismos, la Ilustración va acompañada de polémicas. No en vano se habla de la crisis de la conciencia española en el periodo que se inicia con los novatores, porque su pensamiento antiescolástico abre una brecha que se dilatará inmediatamente con los ilustrados. Son célebres las polémicas en que se vieron envueltos Feijoo, Mayans, Torres Villarroel, el P. Isla, Forner, etc.:
"La polémica es la sal, la pimienta y el vinagre con que se sazonan la mayoría de los escritos del siglo XVIII, tan soso por una parte, y tan provocativo por otra.
Durante toda la centuria y buena parte de la siguiente, los escritores se disparan sin cesar folletos de controversia. Se discute sobre lo trascendental y lo nimio. Se enferma de logomaquia, agotándose la tinta en los tinteros. La tirada y el rebote traspasan casi siempre las fronteras del decoro y del sentido común. España pierde el rubor y necesita de especias muy picantes para reaccionar a gusto. Quevedo y Góngora han nacido demasiado pronto. Es éste el siglo de los cardos y las ortigas, de los sopapos literarios. Lucha personal, afanosa, directa, más que a estilete o a puñal, a palo seco, sin repulgos ni paliativos, como hacían con Don Quijote los gañanes y mozos de mulas manchegos. Los hombres pacíficos y ecuánimes no pueden escapar a ese sarpullido del siglo. Es una herencias de los tiempos dorados, pero muy amplificada, y es sabido que hay herencia buenas y malas: ésta tiene mucho de todo, pues vista así, en perspectiva, tiene su lado idóneo. El pueblo se acostumbra a la fraseología acerada y exige bulla, mucha bulla.
La polémica, claro está, no es cosa nueva. Los grandes ingenios, y los chicos, del Siglo de Oro, la emplearon para amargarse mutuamente la vida y regocijar a sus adversarios. Los grandes supieron salpimentarla con chispas de ingenio, vistiéndola elegantes ropajes; los pequeños, por el contrario, ni tan siquiera llegaron a mal cubrir las odiosas desnudeces de las injurias.
La polémica tiene cuatro clases de lectores: los interesados, o sea aquellos a quienes va dirigida; los enemigos del paciente; sus amigos, y los imparciales, que buscan un solaz. Y dos épocas: la actual y la inactual, ésta sólo interesante para el estudio de las costumbres. Hay otra clase de lectores constituida por los necios, los tontos de capirote y los chismosos, que excitan al rival, como a gallos en pelea, a que dispare espolonazos, escudándose cual falderillos tras de sus amos. Pero del fondo de todo ello nace una realidad inconcusa, un colorido digno de la paleta de un pintor impresionista. Son, desde luego, un precioso test para el psicólogo y un manantial de datos para el historiador, el artista y el lector aficionados al costumbrismo.
El español medio tenía poco que hacer y disparaba manuscritos, papeles, folletos, periódicos, eclipsado casi siempre en un seudónimo.
Todo el siglo XVIII es una discusión febricitante. Hay una irritabilidad manifiesta, un afán de contradecir, un exceso quisquilloso en todas las esferas."
A. PAPELL, "La prosa literaria, del neoclasicismo al romanticismo", en G. Díaz-Plaja, dir., Historia general de las literaturas hispánicas, IV, Barcelona, Barna, 1957.

2. El ensayo y sus formas en el siglo XVIII español

Estéril sería empeñarse en dilucidar si hay ya ensayos "puros" en nuestra literatura de ese período; entre otras razones porque tratándose de un género cuya delimitación ha oscilado tan espectacularmente entre la genuina, personalísima e irrepetible creación montaigniana y las múltiples manifestaciones de prosa no ficcional para las que, como ya sabemos, la voz ensayo ha servido de marbete, si hay algo claro es que casi nadie a estas alturas se arriesgaría a otorgar certificados de "pureza".
También es cierto que un autor español del XVIII es frecuentemente considerado, y con bastante razón, como nuestro primer "ensayista" (otras veces se ha otorgado tal título a un escritor dos siglos anterior, fray Antonio de Guevara). No lo es menos, sin embargo, que la palabra falta en él y en sus contemporáneos para designar precisamente al tipo de escritos que emanan de su pluma; y que dichos escritos, aun presentando rasgos inequívocamente ensayísticos, se nos ofrecen bajo el ropaje formal —y bajo la denominación— de dos de esas "formas afines", ambas con añejo abolengo, que hemos de considerar.
Téngase en cuenta, por otro lado, que es previsible que tanto el ensayo como sus formas afines adquieran especial protagonismo en épocas que, como la de la Ilustración o como la del Renacimiento, ponen especial énfasis en la transmisión del pensamiento, en una suerte de pedagogía de las ideas. Es sabido que tal pedagogismo impregna también, en la época que aquí estudiamos, a los géneros poéticos y dramáticos. Y no es casualidad, desde luego, que lo más atractivo de la producción en prosa del XVIII en España —un siglo menos brillante en la narrativa— sea precisamente todo el amplio conjunto de textos que resulta englobable bajo la bastante imprecisa denominación de "prosa de ideas".
Conjunto de textos que, desde luego, no es fácil de establecer. Esa "prosa de ideas" linda, aunque hay que reconocer que borrosamente, con la prosa de los tratados, es decir, con la de obras cuya finalidad no es tanto la transmisión de ideas como la transmisión rigurosamente ordenada del saber científico o erudito. Estamos de nuevo ante el conflicto de límites entre el ensayo, o las formas ensayísticas, y el tratado. Naturalmente, el historiador de la medicina, el de las ideas económicas, el de la filosofía, habrán de acudir, para el XVIII, a todo tipo de obras dentro de cada ámbito, incluidos los tratados, las obras de especialistas y dirigidas a especialistas. Desde la perspectiva del historiador de la literatura, en cambio, será lógico postergar los tratados y dedicar atención prioritaria a la prosa ensayística, a la prosa de ideas. Ante una obra cualquiera, el historiador de la literatura se preguntará si domina en ella la exposición de ideas o si domina la ciencia, la erudición, la especialización. Y obviamente le interesarán más, por ejemplo, la Carta que escribe un médico, Martín Martínez, saliendo en defensa del Teatro crítico universal de Feijoo, que un tratado de cirugía del propio Martínez; o el Discurso sobre el modo de escribir la historia de España de Forner más que una monumental Historia de España como la del padre Ferreras; o el Discurso sobre el fomento de la industria popular de Campomanes y el Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos más que la Teórica y práctica de comercio y de marina de Jerónimo de Uztáriz.
El factor "extensión de la obra" también habrá de ser tenido en cuenta, pues ya sabemos que es consustancial al ensayo manifestarse en formas breves, o moderadamente extensas. De todas maneras, no hay que insistir en la dificultad que entraña en este terreno el establecimiento de cualesquiera fronteras.

 

2.1. Discurso. Disertación. Oración

El discurso escrito (que no es manifestación de la oratoria) es una forma que prácticamente puede identificarse sin más con el ensayo, al que en cierto modo se adelanta a dar nombre.
• En el Teatro crítico universal (1726-1740) de Feijoo y otras obras, el se presenta en colecciones misceláneas.
• Otras veces se autotitulan del mismo modo y se presentan aislados, por ejemplo, los discursos de Campomanes: Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774) y el Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento (1775); el Discurso sobre la aplicación de la filosofía a los asuntos de la religión (1757) de Andrés Piquer; el Discurso sobre la historia de España (1788) y el Discurso sobre la tortura (1792), ambos de Forner; el Discurso económico-político en defensa del trabajo mecánico de los menestrales (1778), de Capmany.
• Hay "discursos" de muy considerable extensión, y con similar división en capítulos a la que podría tener un tratado (no otra cosa que un tratado sobre la educación de las niñas y jóvenes es, por ejemplo, el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790), de Josefa Amar y Borbón.
• Puede darse asimismo el discurso como pieza oratoria, es decir, escrito para, en primer lugar, ser pronunciado, y después impreso. En esos casos conservará rasgos procedentes de su origen: un exordio, un cierre brillante, apelaciones dirigidas al auditorio, etc., pero, salvo en esos pequeños detalles condicionados por el "marco", por el contexto situacional, no se diferenciará mucho de los discursos "escritos" o más directamente ensayísticos. Entre ellos cabe citar los de Jovellanos: el Discurso dirigido a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias sobre los medios de promover la felicidad en el Principado (1781) o el Discurso sobre el estudio de la geografía histórica (1800); el discurso Amor a la patria (1794) de Forner; los Discursos forenses (1791-1809) de Meléndez Valdés; el Discurso sobre la utilidad de los conocimientos económico-políticos y la necesidad de su estudio metódico (1784), de Lorenzo Normante, etc.
• La abundancia de textos de este tipo está directamente relacionada con la proliferación de Academias y Sociedades Económicas. Habitualmente, en actos menos solemnes se exponían frecuentes disertaciones, cuyo carácter rebasa la frontera de lo ensayístico (las disertaciones son tratados científicos o eruditos en miniatura, de carácter monográfico y destinados a una exposición oral; se conservan rotulados como Memorias, Actas, Fastos..).
• La oración es otra modalidad oratoria muy próxima al discurso. Tanto las debidas al ingreso en una institución como las oraciones fúnebres. Son frecuentes también las oraciones para ser leídas en público —así, la Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (1797) o la Oración sobre el estudio de las ciencias naturales (1799), ambas de Jovellanos. Otras se escribieron para ser difundidas exclusivamente por medio de la imprenta, caso de la Oración en alabanza de las elocuentísimas obras de Don Diego Saavedra Fajardo (1725) o la Oración en que se exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (1727), ambas de Gregorio Mayans; la Oración apologética por la España y su mérito literario (1786) de Forner, o su réplica la Oración apologética en defensa del estado floreciente de España (compuesta en 1793) —más conocida como Pan y toros— de León de Arroyal. Unas y otras se presentan sustancialmente iguales: breves piezas en prosa que contienen reflexiones personales en torno a un tema; en definitiva, como sucedáneos del ensayo.

 

2.2. Memoria. Memorial. Informe

Otros moldes de lo ensayístico puede ser etiquetados como memoria, informe, memorial o proyecto.
• La memoria está a mitad de camino entre la disertación y el informe: puede surgir espontáneamente en el autor el impulso de redactarla o puede ser consecuencia de un encargo superior. La Memoria en defensa de la Junta Central (1810) surgió espontáneamente en JOVELLANOS; en cambio, la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas (1790) es consecuencia de un encargo de la Academia de la Historia, y el Informe en el expediente de Ley Agraria (1795) surge de un encargo de la Sociedad Económica Matritense. Las ideas sobre la enseñanza universitaria de Forner están contenidas en un escrito de título tan poco atractivo como Informe fiscal en el expediente formado por queja de varios individuos de la Real Universidad de Salamanca contra el Colegio y maestros de Filosofía de ella (1796). Que muchos de estos escritos fueran resultado de un encargo no les resta valor literario: algunas de estas breves piezas en prosa se han hecho con justicia un hueco en nuestras colecciones de clásicos.
• El memorial es un escrito dirigido a un superior (el Rey, el Consejo de Castilla) normalmente para pedir algo o para exponer un estado de cosas. Es el caso del memorial Por la libertad de la literatura española (1770) de Francisco Pérez Bayer. Abundan los escritos en que se proponen soluciones para los males del país, encabezados con la palabra proyecto: por ejemplo, el Proyecto económico-político (1779) de Bernardo Ward.

 

2.3. El molde epistolar: la carta

Según el destinatario, Pedro Salinas distingue entre carta y epístola: "Lo que las diferencia radicalmente es la intención del autor: intento en esta [la carta] de ser para uno, o para unos escogidos pocos, si así lo quiere el que la recibe. En aquella [la epístola], intento de hacerse pública, de alcanzar a todos, sin distingos". Pero otras veces se distingue entre la carta ordinaria (la carta de negocios, que cumple con su oficio según  unos formularios trillados y, por decirlo así, extraliterarios), y la "epístola" (o sea, la carta literaria o mensajera, como se decía entonces).  La epístola puede ser oficial o familiar, como la carta cotidiana, pero se concibe desde el principio como artefacto artístico, público, apto para ser coleccionado en un epistolario literario. Dos factores, el factor destinatario (individual / múltiple, carta privada / carta pública) y el factor "literalidad" o intencionalidad literaria se han entremezclado en la pretensión de distinguir la carta de la epístola. Pero el caso es que ambos términos se emplean en numerosas ocasiones como sinónimos, aunque es cierto que el segundo de ellos tiene más impregnación literaria (recuérdese que es también un subgénero poético).

• No debemos olvidar las cartas reales, pues son deliciosas las Cartas familiares (las resonancias ciceronianas del adjetivo, tantas veces empleado, son bien claras) del padre Isla, escritas a su hermana y a su cuñado y reunidas y publicadas, por iniciativa de aquella, tras la muerte del jesuita. Lo son también una parte sustancial de los centenares de cartas escritas por Gregorio Mayans (reunidas de la mano del infatigable Antonio Mestre), especialmente con figuras como Martí, Burriel, Piquer, etc.; es más, el valenciano no solo publicó su propio epistolario latino y el del deán Martí, sino también un importante epistolario castellano basado en su colección particular, epistolario que se inicia con las Cartas de D. Nicolás Antonio y D. Antonio de Solís (1733) y culmina con la tercera edición, en 5 volúmenes, de las Cartas morales, militares, civiles y literarias de varios autores españoles (1773), que contiene cartas de varios contemporáneos ilustres y del propio compilador. Hay indudable intencionalidad (amén de calidad) literaria en muchas cartas privadas de Jovellanos, de Cadalso o de Moratín, aunque haya habido que esperar a que la erudición moderna las compilara.
• En cuanto a la carta-artificio, no hay que decir que es un recurso formal que se ha prestado siempre a muy diversos usos literarios. En el XVIII contribuye, por ejemplo, al renacimiento de la novela a que se asiste a finales de siglo, sirviendo como excipiente a La Leandra (1797-1807) de Antonio Valladares de Sotomayor o La Serafina (1798) de José Mor de Fuentes.
• Recordemos también que la carta es recurso muy utilizado en los libros de viajes: todo el Viaje de España (1772-1794) de Ponz, que ocupa 18 tomos, es una sucesión de cartas a un "amigo" cuyo nombre no se nos dice; se ha especulado con la posibilidad de que ese amigo pudiera ser Campomanes, pero la verdad es que importa bien poco que efectivamente lo fuera, pues en la intención del autor las cartas del Viaje no son, evidentemente, cartas de destinatario único, sino cartas abiertas, dirigidas al público lector en su conjunto. Por su parte, las Cartas del viaje de Asturias de Jovellanos van dirigidas al propio Ponz, pues fueron escritas para satisfacer una petición de éste. Y hay otros varios ejemplos: los cinco tomos de Cartas familiares del abate Juan Andrés a su hermano Carlos, que se encargó de publicarlas en Madrid (1786-1793), constituyen uno de los más completos conjuntos de viajes por la Italia del XVIII; las cartas del Viaje literario a las iglesias de España (1803 y ss.) de Jaime Villanueva también están dirigidas a su hermano, editor y anotador, Joaquín Lorenzo.
• Las Cartas marruecas (1789) de Cadalso es una de las obras más importantes y estudiadas, y también de más difícil encasillamiento genérico, del siglo XVIII español. En ellas el artificio epistolar, siguiendo modelos extranjeros muy en boga, se complica: el autor se desdobla o multiplica en un juego perspectivístico, el de los distintos corresponsales (Nuño, Gazel, Ben-Beley), y todo el conjunto de cartas se inserta en un mínimo marco de ficción, el de un viaje de Gazel por España; tan mínimo que Cadalso, preocupado por la verosimilitud, elige a un viajero marroquí poco después, precisamente, de que cierto embajador de Marruecos llamado Sidi Hamet al Ghazzali hubiera hecho un viaje por España. El ingrediente "novelesco", sin ser en ningún caso central, es indudablemente mayor en las Lettres persanes que en las Cartas marruecas. En la obra española, haciendo abstracción del artificio y de aquel marco, las cartas pueden ser consideradas como auténticos ensayos; cada una además, trata por lo general un solo tema, y es significativo que en algunas ediciones —desde la de Repullés de 1803— se añadiera al número romano que las ordena y a la indicación de los corresponsales un título temático: "Atraso de las ciencias por falta de protección", "Falta de educación de la juventud", etc. Ahora bien, la aludida operación de abstracción no es legítima más que para comprobar tal afinidad: las Cartas marruecas solo tienen sentido pleno en su conjunto, y la misión del historiador de la literatura no ha de ser la de poner a todo trance etiquetas genéricas. Según Pedro Álvarez de Miranda (1996), la "crítica de una nación", el descubrimiento del "carácter nacional" a que la obra de Cadalso aspira debe llevar a encuadrarla dentro de una corriente aún no sistemáticamente explorada del XVIII español, la de la literatura costumbrista, corriente que, por supuesto, acoge junto a visiones profundas y reflexivas —tal la cadalsiana, similar en esto a la que más tarde representará Larra— otras, más numerosas, como también ocurrirá en el XIX, de un descriptivismo intencional o inevitablemente epidérmico y solo tópicamente crítico. Otra cosa es que sean generalmente estas últimas las que más pesan cuando de costumbrismo se habla.
• Otro artificio literario es el de las cartas-ensayo. Cabe recordar las Cartas eruditas y curiosas (1742-1760) de Feijoo, en la que la  "artificialidad" prima en ellas sobre la condición de "reales"; las Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública (1792-1795) de Cabarrús; las Cartas económico-políticas (1786-1795) de León de Arroyal; la Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1776) de Nicolás Moratín, etc. En todos estos casos se trata de cartas que no tienen de tales más que una breve fórmula de saludo inicial, o un simple encabezamiento, y otra fórmula de despedida; a veces, ni siquiera eso. Formalmente, las Cartas de Cabarrús van dirigidas a Jovellanos (más una preliminar al Príncipe de la Paz); las de la primera parte de la obra de Arroyal al conde de Lerena y las de la segunda a don Francisco de Saavedra; la de Moratín padre al príncipe Pignatelli. Pero son destinatarios "de paja", meros pretextos que representan y suplantan al único y real destinatario en quien el autor piensa: el público lector que la fortuna mayor o menor del texto le depare. Tono y carácter más "familiar" y "didáctico", pero también desde luego "ensayístico", tiene la Carta a sus hijos (1791) de don Carlos Gutiérrez de los Ríos, sexto conde de Fernán-Núñez, un "arte de vivir", según Jesús Gutiérrez (1983), que se va desgranando en los consejos que el embajador en París y biógrafo de Carlos III quiso dejar a sus vástagos (y a la posteridad, pues de lo contrario no los hubiera dado a la imprenta). Téngase en cuenta,
• La enorme versatilidad de la carta motiva su empleo como recurso textual en muchas de las abundantísimas polémicas que cruzan todo el XVIII español, cuajado todo él de cartas "apologéticas", "defensivas", "vindicatorias". Por ejemplo, la Carta defensiva sobre el primer tomo del Teatro Crítico Universal (1726) de Martín Martínez; Los aldeanos críticos, o Cartas criticas sobre lo que se verá (1758), un divertido texto del conde Peñaflorida motivado por la publicación del Fray Gerundio de Isla.

 

2.4. Géneros afines. El Diálogo

El molde del diálogo, de estirpe clásica, ha sido a lo largo de la historia un género literario fundamental en su concurrencia con el ensayo como vehículo para la expresión del pensamiento.
• En el XVIII reaparece en las polémicas de los novatores, pues Juan de Nájera publica en 1716 sus Diálogos filosóficos en defensa del atomismo. También  Gregorio Mayans, autor apegado a la tradición humanística, lo utiliza en El orador cristiano, ideado en tres diálogos (1733), una obra sobre la oratoria sagrada con dos interlocutores, Fabio y Lucrecio, de los cuales el primero es claramente el portavoz del propio autor; en realidad es casi un monólogo permanente a cargo del maestro, Fabio, con apostillas o peticiones de aclaración a cargo del discípulo. Más animados y sin tanto lastre doctrinal son los Diálogos de Chindulza (1761) de Manuel Lanz de Casafonda, obra de gran interés para conocer la situación de la cultura española en el tránsito del reinado de Fernando VI al de Carlos III. Y Jovellanos adoptó el mismo recurso para sus inacabados Dos diálogos sobre crítica económica (c. 1799-1800).

 

2.5. Una muestra de ensayo introspectivo.

Ampliando la clásica división tripartita de las Poéticas —lírica, épica y dramática—, el profesor Huerta Calvo ha establecido una reciente y útil tipología de los géneros literarios, con cuatro grupos genéricos:
• géneros poético-líricos,
• géneros épico-narrativos,
• géneros teatrales,
• géneros didáctico-ensayísticos, que comprenden:
- géneros de expresión subjetiva o de predominio de la primera persona: la autobiografía, la confesión, el diario y las memorias (géneros próximos a los narrativos)
- géneros de expresión objetiva o de predominio de la tercera persona: el ensayo, el artículo, el tratado, la glosa, la miscelánea, la historia, la biografía, el libro de viajes, las formas oratorias (discurso y sermón) y las formas del pensamiento fragmentario (apotegmas, refranes, máximas, aforismos, greguerías.
- géneros de expresión dramática: diálogo

1. Situando el ensayo e dentro de la expresión objetiva se provoca su escoramiento hacia lo tratadístico y discursivo, en detrimento de la concepción montaigniana, que tanto lo acerca, precisamente, a la confesión y la autobiografía. Ese mismo escoramiento sin duda ha caracterizado la propia evolución del género, y por tanto la visión que ofrecemos. De tal modo que géneros como el diario o la autobiografía (para los que algunas nada desdeñables muestras nos brinda el siglo XVIII español: piénsese solo en Jovellanos o en Torres Villarroel) los sentimos ya excesivamente alejados de lo ensayístico, como también lo está el libro de viajes, sin duda por el componente narrativo, por más que no ficcional (o presuntamente no ficcional), que caracteriza a estos géneros.
2. Hay, sin embargo, en el XVIII español una obra "ensayística" muy peculiar, cuyo manejo de la introspección y del autoanálisis recuerda mucho a Montaigne:  El por qué si y el por qué no del P. Martín Martesino [anagrama de fray Martín Sarmiento]. Satisfacción critico-apologética de su conducta: por qué sí vive siempre tan retirado y por qué no se pone al oficio de escritor (1758). Parangonable tan solo a alguna de las cartas de su admirado Feijoo que abordan similares justificaciones de su conducta —las tituladas Ingrata habitación de la Corte (t. III, carta 25) y Con ocasión de explicar el autor su conducta política en estado de la senectud en orden al comercio exterior, presenta algunos avisos a los viejos, concernientes a la misma materia (t. V, carta 17)—,
3. El escrito de Sarmiento, de algo más de cincuenta páginas en su edición moderna, es una autoetopeya de deliciosa espontaneidad que combina a partes iguales el desparpajo sincero, la modestia calculada y la refinada ironía en el enjuiciamiento de los usos sociales. He aquí, como muestra, el párrafo con que culmina la introducción:
"Toda esta satisfacción crítico-apologética de mi conducta se debe imaginar que ha sido una familiar conversación que he tenido sin salir de mi celda con cuatro amigos verdaderamente doctos y prudentes. No hay aquí diálogos con entradas y salidas de tornillo. Yo me lo quiero hablar todo, y, sin tropezar en barras, hablaré con libertad cristiana, religiosa, filosófica, literaria y aun política, sin nombrar ni ofender a persona alguna; y en suposición de que nada de esto se ha de imprimir, me tomaré la libertad de usar de algunas chanzonetas, chistes y frases vulgares cuando se me ofrecieren a la pluma. Y no por eso dejaré de usar de otras expresiones que se me presenten, aunque tengan algo de aceite y vinagre, y con su puntica de sal y pimienta. Sin esto no hay conversación bien guisada. Ahorraré lo más que pudiere de latines, que son los huesos de las conversaciones y de los escritos. Aquí no hay que buscar estilo, ya porque soy incapaz de tenerle, ya porque escribo como hablo."
4. Tras leer El por qué si y el por qué no tenemos esa misma peculiar sensación de conocer al autor que nos dejan los Ensayos de Montaigne. Lo que sorprende y en cierto modo apesadumbra es que el buen fraile no pensara ni remotamente en publicar estas páginas. Ciertamente, el caso de Sarmiento es muy especial, pues, sin hacer otra cosa a lo largo de toda su vida que llenar pliegos y pliegos de papel, tan solo dio a la imprenta su Demostración crítico-apologética del Teatro critico universal (1732). Pero su actitud es muestra de una pudorosa preferencia por la ocultación del yo que no es ni mucho menos excepcional en nuestro siglo XVIII. Piénsese un momento en cómo sería nuestro conocimiento de Jovellanos si no pudiéramos leer su Diario, o el de Moratín si no se hubiera salvado su Viaje a Italia. Y piénsese en la calidad de las páginas de prosa que habríamos perdido.

 

 2.6. El ensayo y la prensa periódica

El desarrollo de la prensa periódica motivó el despegue del ensayo en el siglo XVIII, ya que el periódico es cauce ideal para dar salida a textos prosísticos breves de carácter discursivo, y presenta la ventaja añadida de que por ese medio es más fácil sortear los escollos de la censura. El profesor Glendinning ha señalado:
"Dos modalidades literarias, estrechamente relacionadas en el siglo XVIII con el periódico, son el ensayo reducido —informativo a veces, otras satírico— y la carta. No se trata, sin embargo, tanto de dos formas creadas por la literatura periodística como fácilmente asimiladas por ella."
Historia de la literatura española. El siglo XVIII, Barcelona, Ariel, 1973, p. 45.
Es enorme el rendimiento funcional que tiene la carta en toda la prensa del XVIII.

• Ejemplo excelente de ese fenómeno del periódico como refugio de ensayistas nos lo brindan el Correo de Madrid o de los ciegos y la figura de Manuel de Aguirre, que publicó en sus páginas, bajo el seudónimo de "El Militar Ingenuo", un rico conjunto de "discursos" y "cartas" que integran uno de los más avanzados alegatos del pensamiento ilustrado y pre-liberal en España.
• Donde ensayismo y prensa periódica se dan más firmemente la mano es en el conjunto de publicaciones que siguen el modelo de The Tatler y The Spectator de Steele y Addison. Para Inglaterra, G. Good ha señalado que los principales cambios en el ensayo a principios del siglo XVIII están asociados con el cambio del libro al periódico. El conocimiento de tales modelos en España, que se produce a través, sobre todo, de intermediarios franceses, da lugar a lo que el profesor Guinard ha llamado la primera y la segunda generación de "espectadores".
• La primera generación tiene su cumbre en El Pensador (1762-1767) de José Clavijo y Fajardo, pero se inicia algo antes, con El Duende especulativo sobre la vida civil (1761) de Juan Antonio Mercadal, e incluye también El Escritor sin título (1763) de Cristóbal Romea y Tapia, La Pensadora gaditana (1763-64) y algún otro intento más efímero.
• La segunda generación, dos décadas posterior, es sobre todo la de El Censor (1781-1787), acompañado por El Corresponsal del Censor (1786-1788) de Manuel Rubín de Celis y El Observador (1787) de José Marchena, además de por algunos "espectadores fallidos" o "parientes lejanos" —así los llama Guinard— como El Apologista universal (1786-1788).
• Ya hace años, cuando todas estas obras estaban prácticamente inexploradas, José F. Montesinos se percató con gran lucidez, al prologar la antología de El Censor de Elsa García-Pandavenes, de su importancia:
"Lo literario no está bien explorado, y no sería imposible que aún diéramos con grandes hallazgos. Por de pronto, en esa incipiente historia del ensayismo español, la de tanta revista o papel como entonces sale a luz. Ensayismo de indudable prosapia inglesa, muy bien aclimatado y desde muy pronto. Gran enriquecimiento de la literatura española que el siglo XIX, que vivió a sus expensas, no quiso notar."
El Censor (1781-1787). Antología, Barcelona, Labor, 1972.
Esos periódicos presentan las manifestaciones probablemente más genuinas del ensayo dieciochesco, llámense "pensamientos" como en El Pensador, "discursos" como en El Censor o El Observador o "cartas" como en El Corresponsal del Censor. El discurso CXXXVII de El Censor contiene, de hecho, toda una teoría del ensayo, al que el autor llama, muy significativamente, "pequeño discurso". Estamos, en definitiva, ya —o casi ya— ante el artículo, hermano menor del ensayo y marcado por dos rasgos: la brevedad —necesaria en el artículo, contingente en el ensayo— y el soporte, al menos el originario (necesariamente una publicación periódica en el caso del artículo).

2.7. BREVE PANORÁMICA SOBRE LA PRENSA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVIII

• El periodismo del XVIII es un nuevo fenómeno social en toda Europa y constituyó la base para el paulatino desarrollo de la opinión pública y para la participación de amplias capas de la sociedad en la vida política y cultural del país. La España del XVIII cuenta con más de 200 iniciativas puestas en marcha. En sus páginas se difunden las nuevas corrientes filosóficas, los nuevos postulados de las ciencias experimentales, la doctrina de la economía política y los principios del derecho natural. En la última década del siglo XVIII, la prensa se especializa, bien en la divulgación de temas literarios y políticos, bien en la crítica social y de costumbres, bien en temas científicos y técnicos. Aguilar Piñal (1978) destaca la importancia de la segunda mitad de siglo:
"Aunque… la prensa europea tuvo sus inicios con las gacetas del siglo XVII, no cobra importancia, numérica y cualitativa, hasta la época de la Ilustración… en la segunda mitad del siglo XVII español se dan ya las condiciones sociales que toda prensa periódica necesita: un público ávido de noticias y con medios económicos suficientes para costearla, empresarios decididos e imaginativos, periodistas entusiastas y críticos, avances técnicos, tanto en las imprentas como en la organización y difusión de los impresos. En definitiva, la burguesía ilustrada encuentra los cauces para ir educando a la opinión pública en sus propios ideales, económicos, culturales y políticos."
Aguilar Piñal, Francisco, La prensa española en el siglo XVIII. Diarios, revistas y pronósticos, Madrid, CSIC (Cuadernos bibliográficos, 35), 1978.
• Las fundamentales obras de Aguilar Piñal (1978), Paul F. Guinard (1973) y M.ª Dolores Sáiz (1983) recogen el esfuerzo periodístico español, desde el nacimiento en el siglo XVII a la consolidación en la centuria siguiente . Estos trabajos encontraron eco y prolongación en el volumen Periodismo e Ilustración en España (Actas del Congreso Internacional sobre periodismo español del siglo XVIII, Madrid, CSIC-Facultad de Ciencias de la Información, 1991.

 

 

 

Las principales etapas de la prensa española son las siguientes:

1. Las gacetas aparecen en la Guerra de Sucesión. En el primer tercio de siglo, con una economía ruinosa, una administración absorbente y un público más cercano de la superstición que de la ciencia, no se dieron las condiciones para el nacimiento de una prensa independiente y crítica, como acontecía en el resto de Europa.
2. Eclosión de los años 30: el Diario de los literatos de España (Madrid, 1737-1742) es ya una publicación de gran altura, según Aguilar Piñal (1978).
3. Recesión de los años 40.
4. Repunte de los años 50. La década de los 60, en los albores del reinado de Carlos III, supuso un notable crecimiento, mientras que en la década de los 70 sufrió una situación de estancamiento. Lo mejor de la prensa se produjo en los años finales del reinado de Carlos III (años 80), con varios periódicos:
• La fundación del primer periódico diario nacional (1758) es de F. Mariano Nipho [Nifo], activísimo difusor de las ideas europeas en España:  Diario noticioso, curioso-erudito, comercial, público y económico (desde 1758; otros años pasó a llamarse Diario de Madrid, Diario de avisos de Madrid). Nipho pretende combinar divulgación e información. Información sobre economía y comercio a partir de anuncios de venta, alquileres, ofertas y demandas; labor de divulgación cultural sobre curiosidades históricas y variedades. Excluyó toda información política porque consideró que ya existían otras publicaciones que trataban de ello.
El Pensador (1762-63 y 1767) de José Clavijo y Fajardo . La aportación periodística más importante de estos años. En la primera época era semanal, y en la segunda, bisemanal. Primera revista crítica sobre moral y costumbres (petimetres, abusos de autoridad en el contrato matrimonial, tertulias, abusos de galicismos). Sigue la estela de seguidores de The Spectator inglés (dedicado a la crítica social y de costumbres). En opinión de Sáiz (1983, 144), "Clavijo participa plenamente del pensamiento ilustrado: pretende recuperar las virtudes del pasado, se duele de la decadencia del presente, y desarrolla… una verdadera campaña contra la ignorancia, la superstición, la falsa virtud, los prejuicios y la intolerancia". Guinard cree que Clavijo representa el sentimiento universal de regeneración .
En materia teatral se coloca al lado de los ilustrados frente a los partidarios del teatro tradicional. Plantea la necesidad de que las obras dramáticas respeten las reglas de las unidades clásicas, propugna una censura literaria estricta que prohíba la "obras no ajustadas a cánones de la razón" y critica la forma en que se plantean en ellas los temas de la patria y del patriotismo. La crítica a los Autos Sacramentales abarca tanto el contenido como los aspectos de la representación (actores, vestuario, puesta en escena).
La Pensadora gaditana (1763) de Beatriz Cienfuegos (personaje enigmático, quizá seudónimo de un fraile). Primera aportación periodística femenina. Contra la marginación tradicional de la mujer, partidaria de romper viejos esquemas. Trata los temas y sigue la corriente de los "espectadores" (placer de la vida en el campo, crítica de los petimetres, mala educación de los hijos, admiración indiscriminada a lo extranjero, inconveniencia de matrimonios desiguales en edad o demasiado prematuros, disputas familiares).
El Censor (1781-1789). Propagador del buen gusto y de la corrección de costumbres. En opinión de García Pandavenes (1975, 54) en uno de sus directores, Cañuelo, "en él se encuentra la fuerza satírica de Goya, la amargura de Larra, y anticipa la angustiosa búsqueda de las raíces de los problemas nacionales de los escritores de la Generación del 98".
Memorial literario (1784-91; 1793-97; 1801-1806 y 1808)

 

Otras observaciones

1. La censura en los periódicos es otro tema de importancia. Fue tomando cuerpo a partir de la actuación de juez don Juan Curiel, entre 1752 y 1763. Hasta 1767 las publicaciones periódicas no encuentran grandes obstáculos. Tras los motines de 1767, Carlos III y sus ministros decidieron actuar con más firmeza, lo que se tradujo en la expulsión de los jesuitas y en censurar la prensa. En conjunto, el reinado de Carlos III representa la época de renovación de temas, actitudes y propósitos, "pero también un más férreo control de su actividad, que resulta útil, pero también peligrosa, para una Administración indecisa y desconfiada" —véase Aguilar Piñal (1978, X). Con Carlos IV se agravó la situación. La floración fue yugulada por la Real Orden del 24-II-1791, surgida a raíz de los acontecimientos revolucionarios en el país vecino, en que se prohibían todos los periódicos a excepción de los dos oficiales (Gaceta y Mercurio) y del Diario de Madrid. La censura fue autorizando nuevas publicaciones. La Guerra de la Independencia propició finalmente la eclosión de la prensa española.
2. Una excelente interpretación de conjunto es la de Inmaculada Urzainqui (1995). La prensa periódica fue un nuevo instrumento cultural del siglo XVIII, canal de apertura a Europa, vehículo multiplicador del número de lectores —que acaban acostumbrándose al gozo regular de la literatura—, orientador de la opinión pública, dinamizador informativo, difusor de las luces (como ya vieron Menéndez Pelayo, Sarrailh y Richard Herr), transmisor de adelantos técnicos y científicos. Urzainqui (1995) insiste en el carácter versátil de los periódicos, en la ausencia de contornos específicos, en amplitud de contenidos: información política general y local, crítica literaria, misceláneas
3. En esta línea de novedades, Álvarez Barrientos (1995) ha visto en la prensa dieciochesca un nuevo "sistema abierto" de relación entre el escritor y los lectores (o entre varios escritores), con posibilidad de respuesta en ese o en otro periódico.
4. El auge periodístico favoreció la aparición de nuevos subgéneros: el ensayo reducido (informativo o satírico), la carta, el sueño ficticio, el discurso o pensamiento, el "artículo de fondo". La prensa del XVIII aporta noticias y también artículos de crítica literaria; incluye obras de creación (poemas, las Noches lúgubres y las Cartas marruecas), artículos costumbristas, noticias bibliográficas, etc. De aquí la necesidad de estudiar a fondo los periódicos.

 

2.8. Prosa popular

Frente a la todavía minoritaria prensa periódica, las capas populares consumían almanaques y pronósticos, redactados en la línea de la tradición popular y barroca, alérgica a las reacciones cultas del clasicismo oficial y erudito. Iris M. Zavala (1978) estudió estos géneros de la prensa popular. Los almanaques señalaban las festividades, el santoral, las estaciones según el cómputo lunar, el retrato del monarca, proverbios, interpretación de sueños, consejos médicos, poemas burlescos y chistes indecentes. Los pronósticos hacían previsiones futuras y diagnosticaban las crisis nacionales e individuales según la situación astrológica. En opinión de Zavala (1978), estos pronósticos, junto a las historias y romances de ciego "son las primeras expresiones de la literatura de consumo" y constituyen magníficos testimonios de la sociedad y los estilos de vida. Torres Villarroel (1694-1770), bajo el seudónimo de "El Piscator de Salamanca" actualizó el género, comenzó a forjar su fama en él y continuó cultivándolo hasta la muerte. En 1767, Carlos III prohibió la publicación del piscator, pronósticos, romances y coplas de ajusticiados (bajo el pretexto de lectura vana e inútil se prohibían posibles cábalas sobre los políticos).

 

3. FEIJOO (1676-1764)

Benito Jerónimo Feijoo nació en Casdemiro (Orense). Ingresó en la Orden benedictina, merced a la cual realizó sus estudios de Teología; fue catedrático de la Facultad de Teología de la Universidad de Oviedo, ciudad en la que residió desde 1709 hasta su muerte. Apenas se movió de Oviedo, porque sólo en dos ocasiones hizo breves viajes a Madrid, para volver de inmediato a su convento de San Vicente, en la capital asturiana.
Sus obras más importantes son el Teatro crítico universal (Madrid, 1726-1740, 8 vols. más un Suplemento) y las Cartas eruditas y curiosas (Madrid, 1742-1760, 5 vols.).
Dedicó su vida al estudio y a la docencia. Y cuando, cerca ya de los cincuenta años, se decidió a redactar los discursos del Teatro crítico, su propósito era precisamente didáctico: "desengañarle (al público) de muchas (especies perniciosas) que, por estar admitidas como verdaderas, le son perjudiciales". Esta preocupación por debelar errores, supersticiones y prejuicios no es otra que la preocupación por el atraso cultural de la nación que venían manifestando los novatores desde finales del siglo anterior.
Así lo advirtió Menéndez Pelayo:
"Ni Feijoo está solo, ni los resultados de su crítica son tan hondos como suele creerse, ni estaba España, cuando él apareció, en el misérrimo estado de ignorancia, barbarie y fanatismo que tanto se pondera.
M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles.
Feijoo no estaba solo, en efecto, ni escribía tratados científicos o eruditos, como los novatores, como Mayans, porque su propósito era llegar al gran público. No por otro motivo escribe en español, y no en latín, la lengua universitaria por excelencia, y por eso escribe sobre cualquier materia con afán divulgador y crítico.
"Harásme también cargo porque, habiendo de tocar muchas cosas facultativas, escribo en el idioma castellano. Bastaríame por respuesta el que para escribir en el idioma nativo, no se ha de menester más razón que no tener alguna para hacer lo contrario. No niego que hay verdades que deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia; pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este idioma; fácilmente pasan de éstos a los que no saben más que el castellano.
Tan lejos voy de comunicar especies perniciosas al público, que mi designio en esta obra es desengañarle de muchas, que por estar admitidas como verdaderas le son perjudiciales; y no sería razón, cuando puede ser universal el provecho, que no alcanzase a todos el desengaño.
*****
Advierto, que en las materias controvertibles, especialmente físicas, prescindo de la autoridad de los que favorecen la opinión contraria a la mía. Busco la verdad en sí misma, sin cuidar de la mayor probabilidad extrínseca, la cual supongo estar por las opiniones comunes. La autoridad más grave, como no llegue a infalible, me ejecuta sobre la veneración, sin obligarme al asenso. Sigo la discreta máxima de San Agustín: Ad discendum dupliciter ducimur, auctoritate, atque ratione. Tempore auctoritas; re autem ratio potior est. De esto es menester que se hagan cargo los que quisieren impugnarme. Salgo al campo sin más armas que el raciocinio y la experiencia; con las mismas se me ha de combatir. Oponerme, como algunos han hecho, que más se debe creer a tantos y tales doctores que a mí es saltar fuera del choro: pues yo no pretendo ser creído sobre mi palabra, sino sobre mi prueba. Mis razones se han de examinar, no mis méritos. Pero los que no fueren capaces de pesar las razones harán muy bien en contar los votos y atenerse a aquellas opiniones, en cuyo favor hallaren el mayor alimento de sufragios."
Teatro crítico universal.
Ese mismo afán divulgador le obligaba a mantener un tono coloquial, con el cual establecer una peculiar relación con sus lectores, convertidos a veces en cómplices de su ironía y de sus giros humorísticos, y otras en discípulos de sus lecciones.
"El estilo de Feijoo es como su conversación. Es el estilo de un hombre afable de tertulia conventual, de un catedrático retirado que ya no tiene ocasión de dar animadas conferencias. Hay aún momentos profesorales, pero en general el tono es familiar, puesto que ya no es menester alzar la voz. Lo que predomina es la naturalidad, la personalidad de Feijoo. Al leer sus obras le sentimos presente en cada página, pero su estilo no es el de un artista del lenguaje. Al apuntar Feijoo a su público inmediato, más que al público de siempre, crea lo que Ortega y Gasset ha llamado obra operante, sin gran valor artístico. Su obra tiene aire periodístico, fisonomía de revista unipersonal.
[…] Casi puede afirmarse que es el primer ensayista español que cuenta con un público vasto y diverso. La misma acusación que le hacían sus impugnadores de que escribía para muchos estaba bien fundada, aunque precisamente en su escribir para muchos consiste el arte suyo. Una de las características del ensayista, en general es la de dirigirse a un público variado, aux divers visages d'un peuple, según Montaigne. Feijoo es quizá el primero de los ensayistas españoles que escribe cara al público, pensando en un vasto público. Las mismas referencias constantes al vulgo manifiestan la presencia de éste, la presencia del público en la obra de Feijoo. "¿Qué necesidad tiene el público —dirá para defenderse de ciertos ataques—, de que yo escriba sobre alguna de estas facultades?" (T., IV, prólogo). Para Feijoo cuentan las necesidades del público, cuenta lo que los lectores esperan y han menester."
J. MARICHAL, "Feijoo y su papel de desengañador de las Españas", Nueva Revista de Filología Hispánica, 5 (1951), pp. 313-323; reimpreso en La voluntad de estilo. Teoría e historia del ensayismo hispánico, Barcelona, Seix Barral, 1957; Barcelona, Ariel, 1984.
Los textos que componen el Teatro crítico son llamados "discursos", porque así se denominaba entonces lo que ahora decimos "ensayo", la tendencia expresiva que, según Gracián, se caracterizaba por "discurrir a lo libre". Este género que desarrolla Feijoo es consecuencia tanto de su intención como de su estilo.
"Los Discursos del Teatro crítico universal son, en general, auténticos ensayos. Recordemos que en la prosa española del siglo XVII se emplea con frecuencia el término discurso con la acepción de essai. Quevedo, el primero, al hablar de Montaigne se refería a los "Essais o Discursos". Y Fray Diego de Cisneros, el primer traductor español del ensayista gascón, titulará muy acertadamente su traducción: Experiencias y varios discursos de Miguel, señor de Montaña. El término discurso adecuadamente expresa lo discursivo del ensayo, lo que esta forma literaria tiene de running discourse, según la definición del ensayista inglés Felltham. En los discursos de Feijoo se encuentra ese libre "discurrir" a que nos referimos antes, mas tiene mucho de sermones laicos, de homilías científicas. El tono conversacional que él aspiraba a dar a sus escritos está con frecuencia ausente. Las Cartas, en cambio, presentan rasgos más personales. Feijoo ve más concretamente a su público en éstas que en los discursos y esto se revela en la forma misma de sus escritos. En las cartas logra dar cuerpo a las aspiraciones literarias que constituyen su voluntad de estilo. Su crítica del tono magistral, su elogio de la buena conversación, su creencia en la necesidad de mezclar lo festivo con lo grave, su afán por referir todo a su persona, se integran con mayor plenitud en las Cartas que en los Discursos. Lo importante, en aquéllas, no es tanto el impugnar errores comunes como el asombrar al público con su capacidad enciclopédica. El impulso por abarcar todo género de materias es más decisivo que el de combatir los errores comunes que se cometen en todo género de materias."
J. MARICHAL, Op. cit.
Se ha reprochado a Feijoo su falta de consistencia científica y de rigor metodológico. Pero es que Feijoo no era un científico ni trataba de dar a conocer los últimos descubrimientos o el saber acumulado durante siglos. Era un divulgador, que proclamaba la supremacía del método científico y aun practicaba como curioso aficionado la investigación experimental.
"Cuando habla, y lo hace a cada instante, de que "ha experimentado" este o el otro problema, se refiere muchas veces al mero control de los hechos con una observación reiterada: y esto es también legítima experimentación. Pero en otras ocasiones nos hace pensar que poseía instrumentos de trabajo con los que intentaba comprobar los descubrimientos nuevos que leía o sus teorías propias. El cuarto de trabajo de un sabio, por los años en que él vivía, tenía aún reminiscencias del taller absurdo de los alquimistas, si bien las redomas misteriosas, las varillas y sopletes y las esferas empezaban a ser sustituidas por los utensilios de la fragante física experimental. Poco antes de morir nuestro fraile se lamentaba de no poder adquirir ni encontrar quien le construyera una máquina eléctrica con que ensayar los tratamientos recién propuestos de las enfermedades nerviosas. Y se murió sin lograrlo. Pero nos consta que poseyó un microscopio, tal vez el primero que vino a España, con el que inquirió, sin duda, los misterios de la constitución de los cuerpos y las teorías infecciosas que tan certeramente coligió desde su aislamiento monacal. Sin preparación técnica y sin ambiente adecuado, el famoso instrumento no debió servirle para gran cosa, fuera de lo que le entretuviese; sin contar con la dispersión —poco propicia para investigar— que imponía a su mente el gran número, la diversidad y el tono palpitante de sus lecturas y escritos. Por ello, un tanto desilusionado, regaló el microscopio al Padre Sarmiento, que lo incorporaría al pintoresco montón de libros, objetos raros, plantas y animales que llenaban su celda en el convento de San Martín, de Madrid."
MARAÑÓN, Gregorio, Las ideas biológicas del Padre Feijoo, Madrid, Espasa Calpe, 1934.
La corrección de errores vulgares es, sin duda, el objeto central de las obras de Feijoo. Presentamos a continuación tres textos suyos, que adquieren ese valor didáctico:
"Es verdad que no sólo las conveniencias reales, mas también las imaginadas, tienen su influjo en esta adherencia. El pensar ventajosamente de la región, donde hemos nacido, sobre todas las demás del mundo, es error entre los comunes comunísimo. Raro hombre hay, y entre los plebeyos ninguno, que no juzgue que es su patria la mayorazga de la naturaleza, o mejorada en tercio y quinto en todos aquellos bienes que ésta distribuye, ya se contemple la índole y habilidad de los naturales, ya la fertilidad de la tierra, ya la benignidad del clima. En los entendimientos de escalera abajo se representan las cosas cercanas como en los ojos corporales, porque aunque sean más pequeñas, les parecen mayores que las distantes. Sólo en su nación hay hombres sabios, los demás son punto menos que bestias; sólo sus costumbres son racionales, sólo su lengua es dulce y tratable; oír hablar a un extranjero les mueve tan eficazmente la risa, como ver en el teatro a Juan Rana. Sólo su región abunda de riquezas, sólo su príncipe es poderoso. […]
Ni se eximen de tan grosero error (bien que disminuido de algunos grados) muchos de aquellos que, o por su nacimiento o por su profesión, están muy levantados sobre la humildad de la plebe. ¡Oh que son infinitos los vulgares que habitan fuera del vulgo y están metidos como de gorra entre la gente de razón! Cuántas cabezas bien atestadas de textos he visto yo muy encaprichadas, de que sólo en nuestra nación se sabe algo, que los extranjeros sólo imprimen puerilidades y bagatelas, especialmente si escriben en su idioma nativo; no les parece que en francés o italiano se puede estampar cosa de provecho, como si las verdades más importantes no pudiesen proferirse en todos idiomas. Es cierto que en todo género de lenguas explicaron los apóstoles las más esenciales y más sublimes. Mas en esta parte bastantemente vengados quedan los extranjeros, pues si nosotros los tenemos a ellos por de poca literatura, ellos nos tienen a nosotros por de mucha barbarie. Así que en todas tierras hay este pedazo de mal camino de sentir altamente de la propia y bajamente de las extrañas.
Lo peor es que aun aquellos que no sienten como vulgares, hablan como vulgares. Éste es efecto de la que llamamos pasión nacional, hija legítima de la vanidad y la emulación. La vanidad nos interesa en que nuestra nación se estime superior a todas; porque a cada individuo toca parte de su aplauso, y la emulación, con que miramos a las extrañas, especialmente las vecinas, nos inclina a solicitar su abatimiento. Por uno y otro motivo atribuyen a su nación mil fingidas excelencias aquellos mismos que conocen que son fingidas.
Este abuso ha llenado el mundo de mentiras, corrompiendo la fe de casi todas las historias. Cuando se interesa la gloria de la nación propia, apenas se halla un historiador cabalmente sincero."
Teatro crítico universal.
"En muchas producciones no sólo de la naturaleza, mas aun del arte, encuentran los hombres, fuera de aquellas perfecciones sujetas a su comprensión, otro género de primor misterioso que, cuanto lisonjea el gusto, atormenta el entendimiento; que palpa el sentido, y no puede descifrar la razón; y así, al querer explicarle, no encontrando voces ni conceptos que satisfagan la idea, se dejan caer desalentados en el rudo informe de que tal cosa tiene un no sé qué que agrada, que enamora, que hechiza, y no hay que pedirles revelación más clara de este natural misterio.
Entran en un edificio que, al primer golpe que da en la vista, los llena de gusto y admiración. Repasándole luego con un atento examen, no hallan que, ni por su grandeza, ni por la copia de luz, ni por la preciosidad del material, ni por la exacta observancia de las reglas de arquitectura, exceda ni aun acaso iguale a otros que han visto, sin tener qué gustar o qué admirar en ellos. Si les preguntan qué hallan de exquisito o primoroso en éste, responden que tiene un no sé qué que embelesa.
Llegan a un sitio delicioso, cuya amenidad costeó la naturaleza por sí sola. Nada encuentran de exquisito en sus plantas, ni en su colocación, figura o magnitud aquella estudiada proporción que emplea el arte en los plantíos hechos para la diversión de los príncipes o los pueblos. No falta en él la cristalina hermosura del agua corriente, complemento preciso de todo sitio agradable, pero que, bien lejos de observar en su curso las mensuradas direcciones, despeños y resaltes con que se hacen jugar las ondas en los reales jardines, errante camina por donde la casual abertura del terreno da paso al arroyo. Con todo, el sitio le hechiza, no acierta a salir de él y sus ojos se hallan más prendados de aquel natural desaliño que de todos los artificiosos primores que hacen ostentosa y grata vecindad a las quintas de los magnates. Pues ¿qué tiene este sitio que no haya en aquéllos? Tiene un no sé qué que aquéllos no tienen. Y no hay que apurar, que no pasarán de aquí.
Ven una dama, o para dar más sensible idea del asunto, digámoslo de otro modo: ven una graciosa aldeana que acaba de entrar en la corte y, no bien fijan en ella los ojos, cuando la imagen que de ellos trasladan a la imaginación, les representa un objeto amabilísimo. Los mismos que miraban con indiferencia o con una inclinación tibia las más celebradas hermosuras del pueblo apenas pueden apartar la vista de la rústica belleza. ¿Qué encuentran en ella de singular? La tez no es tan blanca como otras muchas que ven todos los días, ni las facciones son más ajustadas, ni más rasgados los ojos, ni más encarnados los labios, ni tan espaciosa la frente, ni tan delicado el talle. No importa. Tiene un no sé qué la aldeanita que vale más que todas las perfecciones de las otras. No hay que pedir más, que no dirán más. Este no sé qué es el encanto de su voluntad y el atolladero de su entendimiento."
Teatro crítico universal.
"Era, me dice V.md., grande el frío, impetuoso el viento, mucha la nieve que caía, cuando V.md. caminaba en el coche con su ilustre pariente, y no sé si alguna, o algunas personas más, porque ya no tengo presente la carta. Pasado algún espacio de tiempo, y de camino, notó V.md. que las vidrieras del coche por toda la superficie interior estaban cubiertas de nieve; lo que V.md. no pudo ver sin grande admiración; porque, por una parte, fue fácil advertir que aquella nieve no podía haber entrado por la comisura de las vidrieras con la madera del coche ya por estar éstas muy ajustadas, ya porque si hubiese entrado por allí, en vez de hacer un movimiento reflejo para pegarse a las vidrieras, se hubiera esparcido confusamente por la concavidad del coche; y por otra parte, aun hallaba V.md. mayor dificultad en que la nieve hubiese penetrado el vidrio, cuyos poros no dan tránsito a la aura más sutil. Añade V.md. que habiendo después meditado largamente sobre el caso, no halló otra salida a la duda que una vacilante inclinación a que acaso el violento ímpetu del viento, estrujando y dividiendo más las partículas de la nieve en la colisión contra los vidrios del coche, las forzase a introducirse por sus angostísimos poros. Pero no satisfaciendo a V.md. este pensamiento, fue a proponer la dificultad al Rmo. P. Maestro N., sujeto que logra una grande opinión de doctrina en esa populosa ciudad. Éste, sin la menor perplejidad, asintió a que la nieve había penetrado el vidrio. Y oponiéndole V.md. que siendo el vidrio de una textura tan compacta que no da paso por sus poros al aire, ¿cómo era posible haberle dado a la nieve? Con serenísimo magisterio le respondió: Señor D.N., es cierto que por lo común el aire es más sutil que la nieve; pero sepa V.md. que la nieve de este año es más sutil que el aire. No sé cómo al leer esta sentencia, con la fuerza de la risa, no se me reventaron las venas del pecho. Si V.md. por muchas circunstancias no fuese tan digno del respecto y atención cortesana de ese Religioso, y de otro cualquiera, creyera que por irrisión o mofa se le había dado esa respuesta. […]
Los vapores que V.md. y su compañero o compañeros de coche exhalaban, llegando a la superficie interior de las vidrieras, que hallaban intensísimamente frías, se congelaron ella. Da V.md. a aquella congelación el nombre de nieves; pero realmente era hielo, aunque hielo que tenía alguna leve apariencia de nieve, por estar muy enrarecido o contener muchos pequeños huecos llenos de aire, lo que le quitaría mucho de la diafanidad, y a proporción le blanquearía, como yo lo he observado en las congelaciones hechas en las vidrieras de mi celda."
Cartas eruditas.
Los temas políticos y sociales son tema de reflexión muy característico de los ilustrados, que ya trata Feijoo en el Teatro crítico:
"Aun prescindiendo de los innumerables escollos, en que tropieza la ambición, cuando camina al fin por medios infames, especialmente si pone muy alta la mira, siempre es política más segura llevar la pretensión por el camino de la justicia y de la verdad. El canciller Bacón, que fue tan gran político, como filósofo, dividió la política en alta y baja. La política alta es la que sabe disponer los medios para los fines, sin faltar ni a la veracidad ni a la equidad ni al honor. La política baja, aquella cuyo arte estriba en ficciones, adulaciones y enredos. La primera es propia de hombres en quienes se junta un corazón generoso y recto con un entendimiento claro y juicio sólido. De hecho (dice el autor citado) casi cuantos políticos eminentes ha habido fueron de este carácter […].
La segunda es de sujetos en quienes bastardea o el entendimiento o la voluntad. O el entendimiento es de tan escasa luz que no muestra otra senda para el fin deseado sino la de la trampa, o la voluntad está tan destemplada que sin repugnancia echa la mano de lo inhonesto, como lo considere útil; o lo que más creo, en una y otra potencia está el vicio.
Una y otra política se ven, como en dos espejos, en dos emperadores que se sucedieron inmediatamente uno a otro, Augusto y Tiberio. Augusto fue abierto, cándido, generoso, constante en sus amistades, fiel en sus promesas, ajeno de todo engaño. En una vida tan larga como la suya, no se encuentra la menor alevosía. ¿Qué digo alevosía? Ni aun la más leve falacia. Tiberio, al contrario, fue engañoso, falso, sombrío, disimulado. Jamás en él estuvieron de acuerdo el pecho y el semblante; siempre sus palabras anduvieron encontradas con sus designios. ¿Cuál de estos dos fue mayor político? Tácito lo decide cuando en Augusto engrandece la perspicacia, en Tiberio la cautela. En éste reconoce alta disimulación, en aquél suprema capacidad. […]
Yo siempre tendría por el mejor político de todos aquel que, contento con la mucha o poca fortuna que le dio el Cielo, no quiere meterse en los tráfagos del mundo: en el mismo sentido que se dice que lo mejor de los dados es no jugarlos, salvo que por su oficio le toque el manejo público. […]
El hombre es animal sociable, y no sólo por las leyes, más aun por deuda de su propia naturaleza, está obligado a ayudar, en lo que pudiere, a los demás hombres: especialmente al compañero, al vecino; más que a todos a su superior y a su República. Decía Plinio que los genios, inclinados al beneficio y alivio de los demás hombres, tienen no sé qué de divinos […]. Los que se atienden sólo a sí mismos, ni aun se pueden llamar humanos."
Teatro crítico universal.
"De ninguna prerrogativa se debe hacer menos jactancia que de la nobleza. Otro cualquier atributo es propio de la persona; éste, forastero. La nobleza es pura denominación extrínseca; y si se quiere hacer intrínseca, será ente de razón. La virtud de nuestros mayores fue suya, no es nuestra. […]
Es verdad que en alguna manera nos ilustra la excelencia de los progenitores, pero nos ilustra como el sol a la luna, descubriendo nuestras manchas si degeneramos. En algunos escudos de armas he visto puestas por timbre unas estrellas. El que ganó este blasón le ostentaba con justicia, porque a manera de estrella brillaba con luz propia. En muchos de los sucesores debían quitarse las estrellas y substituirse por ellas una luna, para denotar que sólo resplandecen, como este astro, con luz ajena. […]
Lo que con certeza se puede asegurar es que el parentesco en la sangre no induce parentesco en las costumbres. Esta verdad se prueba invenciblemente con la desemejanza que frecuentemente ocurre entre hermanos. Si los hijos de un padre fueran semejantes a él, fueran también semejantes entre sí. ¿Cómo, pues, a cada paso se observan tan diversos? Uno es esforzado, otro tímido; uno liberal, otro avariento; uno ingenioso, otro rudo; uno travieso, otro reportado, y así en todo lo demás."
Teatro crítico universal.

4. MAYANS (1699-1781)

Gregorio Mayans y Siscar nació en Oliva (Valencia). Estudió Filosofía y Derecho en las universidades de Valencia y Salamanca, en la primera de las cuales obtuvo en 1723 la cátedra de Derecho de Justiniano. En 1733 fue nombrado bibliotecario real, pero dimitió en 1739 para retirarse a su villa natal y dedicarse por entero a sus estudios. Falleció en Valencia.
A pesar de la impresión que pudiera dar este retiro y la tenacidad de su entrega al estudio, Mayans no estuvo al margen de la vida intelectual de su tiempo, mantuvo abundante correspondencia con eruditos españoles y extranjeros y aun trató de participar activamente en la vida pública con algunas propuestas como su plan de reforma universitaria.
Su obra es copiosa y variada.
Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (1727).
El Orador cristiano (1733), para corregir los excesos retóricos de la oratoria religiosa.
Vida de Miguel de Cervantes (1737), preparada para servir de prólogo a una cuidada edición del Quijote, y su tratado sobre los Orígenes de la lengua española, donde daba a conocer el Diálogo de la lengua, todavía sin atribuir a Juan de Valdés.
• En 1757 publicó la Retórica, en dos volúmenes, y once años después su célebre Gramática latina, en cinco volúmenes, que fue utilizada como texto en las universidades del reino de Aragón.
• Es importantísima, además, su labor como editor y divulgador de la obra de escritores del Siglo de Oro, como fray Luis de León, Luis Vives, el Brocense, Diego Saavedra Fajardo, Nicolás Antonio, etc.

"En difundir las glorias de nuestro siglo XVI y renovar por la estampa las obras de sus escritores, nadie excedió al ilustre jurisconsulto valenciano don Gregorio Mayans y Siscar, varón de larguísima vida (1699-1781), que le valió de un extranjero el dictado de Néstor de la literatura española. Pocos hombres produjo el siglo XVIII tan verdaderamente doctos y tan beneméritos de su patria. Ciertos defectos de carácter, una excesiva satisfacción de sí propio, el alejamiento voluntario en que vivió de la corte, y la circunstancia de haber escrito en lengua latina y no para el vulgo algunas de sus mejores obras, le impidieron ejercer tan decisiva influencia en la dirección de los estudios como la que él deseaba y como la que ejercieron otros muy inferiores a él en saber y en extensión de miras. Y fue dolor grande, porque nadie como Mayans estaba imbuido del espíritu de nuestra antigua cultura, y nadie, en aquel siglo en que todo tendía a la importación y al remedo, supo conservarse tan fiel a las enseñanzas de nuestros grandes filósofos, especialmente de Luis Vives, de nuestros jurisconsultos del siglo XVI, de nuestros humanistas de la misma era, de nuestros críticos históricos del reinado de Carlos II; sin cerrar, por eso, los ojos a la luz de la cultura moderna, ni la voluntad al trato de los doctos de otros países, que la estimaron y honraron mucho más que los de su propia tierra. Voltaire le pedía datos sobre nuestra literatura, y le llamaba en sus libros insigne y famoso, y en las obras de Gerardo Meermann, de David Clément, de Otto Mencken, de Muratori, de Heineccio, a quienes asistió en sus respectivas investigaciones, vive honrada y venerada su memoria. Prescindiendo de lo que le deben la historia patria y la ciencia del derecho romano, campo principal de sus estudios, conviene aquí hacer mérito de sus trabajos de colector literario y de preceptista, extraños en realidad a la ciencia estética, que Mayans no cultivó nunca, careciendo como carecía del sentido del arte, pero que no dejaron de contribuir a que nuestros futuros críticos y tratadistas de Retórica y Poética tomasen en sus cánones y ejemplos una dirección clásica más bien latino-hispana que francesa."
M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de las ideas estéticas.

En España no alcanzó la celebridad debida, en parte por el carácter que se le atribuye, agrio y exigente. Sin embargo, era conocido y respetado en Europa, consultado por sabios y eruditos extranjeros, con quienes cruzaba cartas a menudo.
"La originalidad de Mayans no radica tanto en que recibiera el influjo de los pensadores extranjeros. Lo recibió, ciertamente, y a través de su correspondencia con ellos y de sus lecturas pudo conectar con las nuevas corrientes de pensamiento. Baste pensar, por ejemplo, en que el editor Cramer le enviara en 1751 el proyecto de la Enciclopedia, las obras completas de Voltaire y el Espíritu de las leyes. […] La verdadera originalidad y que, por su amplitud e intensidad, hay que mirarla como un caso excepcional, radica en la aportación de posibilidades de irradiación del pensamiento español a Europa. Si el intercambio intelectual tiene que ser fecundo y positivo debe ser mutuo. Y, en este sentido, Mayans al mismo tiempo que recibe influjo europeo, facilita a los estudiosos europeos el conocimiento de la historia y de la cultura españolas."
A. MESTRE, El mundo intelectual de Mayans, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1978.

 

Destacamos entre sus textos un juicio crítico sobre el Quijote:
"Según lo ya dicho, ya se ve cuán admirable es la invención de esta grande obra. No lo es menos la disposición de ella, pues las imágenes de las personas de que se trata tienen la debida proporción y cada una ocupa el lugar que le toca; los sucesos están enlazados con tanto artificio que los unos llaman a los otros y todos llevan suspensa y gustosamente entretenida la atención del lector.
En orden al estilo, ojalá que el que hoy se usa en los asuntos más graves fuese tal. En él se ven bien distinguidos y apropiados los géneros de hablar. Sólo se valió Cervantes de voces antiguas para representar mejor las cosas antiguas. Son muy pocas las que introdujo nuevamente, pidiéndolo la necesidad. Hizo ver que la lengua española necesita de mendigar voces extranjeras para explicarse cualquiera en el trato común. En suma, el estilo de Cervantes en esta Historia de Don Quijote es puro, natural, bien colocado, suave y tan enmendado que en poquísimos escritores españoles se hallará tan exacto. De suerte que es uno de los mejores textos de la lengua española."
MAYANS Y SISCAR, Gregorio, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, ed. A. Mestre, Madrid, Espasa-Calpe, 1972.
También debe recordarse su opinión sobre la pureza y la claridad del idioma:
"VOCES NUEVAS
Quiero decir que sólo puede juzgar una lengua por pobre de voces el que ha leído mucho en ella y no ha hallado abundancia, o cuando se le ha ofrecido hablar, poseyendo la lengua con perfección, no ha sabido explicarse; lo cual apenas puede suceder a un hombre elocuente. Porque si se considera la facultad que hay de inventar voces nuevas, cuando la necesidad las pide, podrá una lengua no ser abundante antecedentemente, pero no en el caso en que se haya de hablar, supuesto que no habrá cosa que alguno diga en su lengua que otro, forzado de la necesidad, no pueda también decir en la suya; pues obligado de ella, es lícito inventar algún vocablo o expresión. Digo obligado de ella porque, si de alguna manera se puede expresar lo mismo fácil e inteligentemente, formar un nuevo vocablo es hacer un barbarismo y confesar de hecho la ignorancia de la propia lengua, pues no se sabe decir en ella lo que se pudiera muy bien.
Verdad es que no es dado a cualquiera el don de inventar vocablos con acierto, porque los que se inventan para significar cosas nuevas, o se han de tomar de la lengua propia por derivación o por composición o por analogía, o de otras lenguas vivas o muertas. […]
Yo, en caso de haber de formar algún vocablo nuevo, antes le formaría de una raíz conocida en la lengua española, o compuesta de voces de ella, que tomándole de alguna raíz desconocida o de voces extranjeras; y antes le tomaría de las provincias de España que de las extrañas. Antes de la lengua latina, como más conocida, que de otra muerta.
[…] El ser el lenguaje puro consiste en usar de las voces según su propia institución. El ser metafórico es transferir la significación de la que es propia a otra vecina o semejante. La pureza sirve para expresar las ideas con claridad y limpieza. La translación para avivar los pensamientos. La dificultad consiste en hablar con claridad y viveza. De donde venimos a inferir que hablar con pureza cuando se instruye, avivar las sentencias siempre que se persuade y templar lo uno con lo otro de la manera que conviene, es prueba de ingenio, diserción y habilidad de quien habla y no de la lengua."
MAYANS Y SISCAR, Gregorio, Orígenes de la lengua española, en Obras completas, II, ed. A. Mestre, Valencia, Ayuntamiento de Oliva y Diputación de Valencia, 1983.
5. LUZÁN (1702-1754)

Buena parte de los datos biográficos de Luzán se conocen gracias a las Memorias de la vida de D. Ignacio de Luzán, escritas por su hijo Juan Ignacio. Nació en Zaragoza. Debido a su temprana orfandad, vivió en compañía de su tío una niñez de continuo viajar, lo que le proporcionó una formación cosmopolita y probablemente estimuló su interés por el estudio de las lenguas y las disciplinas humanísticas. En 1727 se doctoró en Derecho civil y canónico por la universidad de Catania. En 1733 regresa a España en compañía de su hermano, el conde de Luzán, con quien vivía en Palermo desde 1729. Se establece en Monzón, desde donde realiza frecuentes viajes a Madrid. En 1741 es elegido académico de la Española y en 1747 ingresa en la Academia de la Historia y es nombrado secretario de embajada en París. A su vuelta en 1750 ocupa puestos importantes en la administración y asiste a las tertulias de la condesa de Lemos, más conocidas como "Academia del Buen Gusto". De gran interés son sus Memorias literarias de París (1751), curiosas anotaciones y reflexiones sobre la vida intelectual de París. Fallece en Madrid.

Su obra más importante es La poética, que se publicó en 1737, después de cuatro años de intenso trabajo sobre un original elaborado previamente en Italia. Al cabo de los treinta y cinco años de la muerte del autor, en 1789, su hijo y el erudito Eugenio Llaguno publicaron una segunda edición, que con respecto a la primera presenta numerosas variantes, cuya autoría ha sido muy discutida.
La poética ha sido considerada por lo general el texto clave del neoclasicismo español pese a que apenas alcanzase difusión en vida del autor. Leandro Fernández de Moratín llegó a decir coloquialmente que Luzán "habló a sordos". Sin embargo, los conceptos que examina, como el de imitación, eje de su obra, fueron temas de singular importancia entre los literatos de su época.
"Imitación […] es un nombre genérico que comprende muchas especies, diversas en el modo y en los instrumentos con que imitan, como son la poesía, la pintura, la escultura, la música, etc. Aquella especie de imitación que pertenece a la poesía, dice Pablo Benio, con la autoridad de Platón, que es una narración con que uno, con las acciones o con la voz, representa a otro. […]
Como quiera que entendamos este término de imitación, que ya de suyo es bastantemente claro, es cierto que no hay otra cosa más natural para el hombre ni que más le deleite que la imitación. Desde niños tenemos todos la propensión de hacer lo que vemos que hacen otros, y casi todos los juguetes de aquella tierna edad proceden de este natural deseo de imitar. Y como nada hay más dulce ni más agradable para nuestro espíritu que el aprender, nuestro entendimiento, cotejando la imitación con el objeto imitado, se alegra de aprender que ésta es la tal cosa y, al mismo tiempo, se deleita en conocer y admirar la perfección del arte que, imitando, le representa a los ojos como presente un objeto distante. Por eso nos deleitan pintados los monstruos más feos y espantosos, que nos horrorizarían vivos, y nos agrada la copia de los objetos más viles, cuyo original nos movería a risa y a desprecio; procediendo, en tal caso, nuestro gusto y deleite, no tanto de los mismos objetos, cuanto de la perfección del arte que los imita. Y aun, a veces, puede hallar nuestro entendimiento algún deleite en la mala imitación; pues el advertir el error ajeno y el conocer que el objeto imitado es muy diverso de lo que nos le representa el poco diestro imitador, da, tal vez, motivos de mucho gusto y deleite. Como, pues, la mayor destreza de los pintores y su más apreciable acierto es el explicar en un lienzo, con tal distinción y claridad, los conceptos de su idea, que los ojos puedan no sólo verlos, pero aun leerlos; así la mayor excelencia y primor de los poetas (dice el citado conde Monsignani) consiste en representar también sus conceptos con tal invención y evidencia que el entendimiento pueda no sólo leerlos, pero aun verlos. Dos son (dice el mismo autor) las imitaciones que debemos hacer: una toda parte de la invención, otra de la enargía (voz que en griego suena lo mismo que evidencia o claridad). La primera, las más veces, mira a las acciones humanas que están por hacer; la segunda, a las cosas de la naturaleza ya hechas. Con la invención debemos, principalmente, asemejar a las historias de las acciones humanas sucedidas otras acciones que pueden suceder; con la enargía debemos imitar las cosas ya hechas por la naturaleza o por el arte, habiéndolas no sólo presentes con menudas descripciones, sino también vivas y animadas. De suerte que si la invención cría de nuevo una acción tan verosímil que parezca verdadera y no fingida, la enargía infunde en las cosas tal movimiento y espíritu que parezcan no sólo verdaderas, sino vivas."


       El trabajo de Mª D. Sáiz abarca hasta 1791. El tomo siguiente de María Cruz Seoane, Historia del periodismo en España, II. El siglo XIX, Madrid, Alianza Universidad, 1983, se circunscribe a su época. En consecuencia, el período 1792-1808 está por estudiar. Los trabajos sobre periódicos concretos fueron escasos: Castañón Díaz (1971) y Ruiz Veintemilla (1976) estudiaron el Diario de los Literatos, Egido López (1968) El Duende Crítico, García Pandavenes (1972) y Guinard (l975) El Censor,  Iglesias & Mañá (1968) el Correo de los Ciegos; Varela Hervías (1966) el Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa.

       José Clavijo y Fajardo (nacido en Teguise, Lanzarote, 1726) era prototipo de ilustrado. Vivió en Francia donde conoció a Voltaire y Buffon. Protegido del conde Aranda, fue traductor y ocupó distintos cargos en los reinados de Carlos III y Carlos IV. Conocía y admiraba a los escritores franceses y al mismo tiempo respetaba la cultura tradicional española, de la que critica sus aspectos oscurantistas y retrógrados. La persona del escritor canario fue desvirtuada por la Memoria que redactó Beaumarchais en su viaje por España, y en la que el célebre Goethe encontró el argumento para componer El Clavijo (1774), cuyo héroe es un enamorado petimetre.

       Según Guinard (1973, 182-184), «cuando Clavijo ataca a la nobleza ignorante y ociosa, la mala educación que da a sus hijos, a los que envía, en vano, a 'correr corte', y a aprender vicios en el extranjero; cuando ridiculiza las pretensiones nobiliarias de los nuevos ricos; cuando fustiga la pereza y la falta de verdadera piedad, los malos modales de la iglesia, la superstición de sus compatriotas; cuando muestra el carácter decadente y el oscurantismo del derecho español, o la ineficacia y la injusticia de las oposiciones universitarias; cuando declara la beneficencia un deber social, afronta los problemas esenciales de la sociedad española de su tiempo, y los afronta de acuerdo con un espíritu y una ideología 'filosóficas'». (En otro Pensador Clavijo se confiesa cristiano y católico).

       Se refiere a los jardines.

La poética.
Leamos ahora los curiosos comentarios de Menéndez Pelayo sobre el concepto de imitación de Luzán:
"En la parte fundamental de su sistema armoniza y concuerda, de una manera muy alta, el realismo y el idealismo, o digámoslo con términos suyos, la imitación de lo particular y la imitación de lo universal; la imitación de las cosas como son en sí y en cada individuo, y la imitación de las cosas como son en la idea universal que de ellas nos formamos, "la cual idea viene a ser como un original o ejemplar, de quien son como copias los individuos o particulares". Luzán declara una y otra imitación igualmente legítima, aunque desigualmente meritorias, y rebate con mucha energía al famoso jurisconsulto Gravina que, en su libro Della Ragione Poetica, condenaba la imitación de lo universal, adelantándose a los modernos naturalistas. Luzán, por el contrario, aprecia con grande alteza de espíritu los efectos morales del arte idealista, "que inspira insensiblemente un intenso y oculto amor a las grandes y heroicas hazañas, y un menosprecio de las cosas bajas y viles, el cual afecto, introducido sin sentir en el hombre, va ennobleciendo y perfeccionando sus acciones, conforme al dechado de aquellas ideas perfectas impresas por la Poesía en su alma". Pero como Luzán tiende a no extremar nada, considera la imitación fantástica o de lo universal como más propia de la epopeya y de la tragedia, y relega la icástica o de lo particular a la comedia de costumbres."
M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de las ideas estéticas.
La búsqueda del equilibrio entre el prodesse y el delectare ha sido un caballo de batalla desde la Antigüedad para los tratadistas de poética y para los literatos mismos. Pero en la Ilustración la polémica sobre la utilidad y la finalidad de la literatura cobró una importancia enorme. He aquí la opinión de Luzán:
"La poesía […] como las demás cosas, tiene varias relaciones, y, consiguientemente, según el lado por donde se mire, parece que tiene diverso fin. Por esto los que sólo la han considerado por un lado le han asignado un fin solo, excluyendo los otros que podía tener según sus varias relaciones. Unos, pues […] mirándola como arte imitadora, le han dado por fin la imitación y la semejanza; otros, considerándola como diversión, han dicho que su fin era el deleite; otros, haciéndola sierva y dependiente de la política y de la filosofía moral, han pretendido que fuese sólo dirigida a la utilidad; otros, bien miradas todas sus relaciones, son de opinión que puede tener tres diversos fines, que en realidad se reducen a dos, esto es, a la utilidad y al deleite, que considerados como en un compuesto forman el tercer fin de la poesía y el más perfecto. Ésta es la opinión que yo sigo en mi definición, siendo para mí de mucha fuerza y de mucho peso (demás de las razones evidentes que he notado) el mérito de los autores que la sostienen y confirman: Muratori es uno de ellos entre los modernos, y el grande Horacio entre los antiguos, que la expresó claramente en aquellos versos:
Aut prodesse volunt, aut delectare Poetae,
Aut simul et jucunda et idonea dicere vitae.
Un poeta, pues, que considerare la poesía como arte subordinada a la moral y a la política, podrá muy bien proponerse por solo fin la utilidad en una sátira, en una oda, en una elegía; si la considerare como entretenimiento y diversión, podrá también, para divertir su ociosidad y la de sus lectores, tener por solo fin el deleite en un soneto, en un madrigal en una canción, en una égloga, en unas coplas o en unas décimas; y si finalmente juzgare que ni la sola utilidad es muy bien recibida ni el solo deleite es muy provechoso, podrá asimismo, uniendo lo útil a lo dulce, dirigir sus versos al fin de enseñar deleitando, o deleitar enseñando, en un poema épico, en una tragedia o comedia.
Con acuerdo hemos asignado breves y cortas composiciones a la sola utilidad y al solo deleite, dejando y separando las grandes de la poesía épica y dramática para la unión y el compuesto de lo útil y lo deleitable. Porque como nuestra naturaleza es (por decirlo así) feble y enfermiza, y nuestro gusto descontentadizo, están igualmente expuestos a fastidiarse de la utilidad o estragarse por el deleite. Y así el discreto y prudente poeta no debe ni ser cansado por ser muy útil, ni ser dañoso por ser muy dulce: de lo primero se ofende el gusto, de lo segundo la razón. Un poema épico, una tragedia o una comedia, en quien ni a la utilidad sazone el deleite, ni al deleite temple y modere la utilidad, o serán infructuosos por lo que les falta, o serán nocivos por lo que les sobra: pues sólo del feliz maridaje de la utilidad con el deleite nacen, como hijos legítimos, los maravillosos efectos que, en las costumbres y en los ánimos, produce la perfecta poesía."
LUZÁN, Ignacio de, La Poética, ed. Isabel M. Cid de Sirgado, Madrid, Cátedra, 1974; Russell P. Sebold, Barcelona, Labor, 1977.

Con tal motivo rechaza decididamente el lenguaje barroco, "aquel estilo de rosicleres", y hace gala de su predilección por los autores españoles del siglo XVI. Russell P. Sebold, en su magnífica edición de La poética, subraya la importancia de Luzán en la difusión de la obra de los poetas del Renacimiento español:
"De no haber sido por la nueva apreciación de lo clásico nacional iniciada por Luzán y promovida por los neoclásicos de todas las generaciones, es incluso muy probable que no conociéramos hoy a algunas de las principales figuras de la poesía quinientista castellana."
LUZÁN, Ignacio de, La Poética, ed. Russell P. Sebold, Barcelona, Labor, 1977.
Sebold asegura, además, que el afán de presentar a estos escritores como modelos ejemplares de la tradición literaria sirve para fraguar la identidad del neoclasicismo, entendido como "nuevo clasicismo español":
"[…] el gusto personal de Luzán por la poesía nacional del quinientos no es el único motivo que tiene al tomar de ella tantos ejemplos. Acude a ese rico tesoro en busca de ilustraciones estilísticas, porque las grandes figuras de la poesía renacentista son a un mismo tiempo poetas españoles y poetas de orientación clásica grecolatina por lo que respecta a muchos de los géneros, temas y técnicas que manejaron (orientación debida a la influencia directa de los antiguos y la indirecta de los italianos). Es decir, que consultando unos mismos modelos los poetas de la nueva era podían instruirse en los rasgos de eso que Luzán llama el modo hispánico, así como en los refinamientos de la secular práctica de la tradición poética occidental; pues el neoclasicismo dieciochesco va a ser un movimiento híbrido de filiación nacional a la vez que grecorromana, de igual modo que lo había sido antes el clasicismo (o primer neoclasicismo) español del siglo XVI; pero el prefijo neo- convendría doblemente a la escuela setecentista de la que se trata aquí porque, además de representar un nuevo clasicismo respecto de la literatura de la antigüedad grecolatina, tal escuela constituye a la par un nuevo clasicismo respecto de la poesía española del Renacimiento por haber escogido ésta como su patrón inmediato."
R.P. SEBOLD, Op. cit.

6. CADALSO (1741-1782)

José Cadalso nació en Cádiz. Estudió en importantes colegios de jesuitas en París y en Madrid y viajó por Europa en su juventud. En 1762 inició su carrera militar como cadete del regimiento de caballería de Borbón; dos años después compró su ascenso a capitán. En 1766 se le inviste con el hábito de la Orden de Santiago y en 1767 conoce al conde de Aranda, a quien entrega el manuscrito de una novela utópica (hoy perdida), Observaciones de un oficial holandés en el nuevamente descubierto reino de Feliztá. Quizá en estas fechas ya tenía terminada su Defensa de la nación española, en respuesta a una de las Cartas persianas de Montesquieu, que tanto influyeron en su ánimo para redactar sus Cartas marruecas. En 1768 es desterrado a tierras de Aragón como consecuencia de un panfleto en el cual satirizaba las costumbres, coqueteos e hipocresías de la Corte. Crece entonces su actividad literaria. Compone buena parte de los Ocios de mi juventud y, cuando regresa a Madrid, en 1770, con la ayuda de Aranda, envía a censura sus tragedias Don Sancho García y Solaya o los circasianos y escribe Los eruditos a la violeta. Se enamora en aquellos días de la actriz María Ignacia Ibáñez, que fallece en la primavera de 1771, al poco tiempo de estrenar Don Sancho García. Al año siguiente compone las Noches lúgubres, publica Los eruditos y escribe El buen militar a la violeta, que deja inédito. Asiste a las tertulias de la Fonda de San Sebastián y a las que organiza la condesa-duquesa de Benavente. En 1773, cuando se editan sus Ocios, se va a Salamanca, donde conoce a un grupo de escritores jóvenes, en quienes influirá decisivamente (Meléndez Valdés, Iglesias de la Casa, Forner, etc.). En 1774 concluye las Cartas marruecas y se incorpora a su nuevo destino en Extremadura, donde escribirá la tragedia La Numantina, hoy perdida, y los Epitafios para los monumentos de los principales héroes de la caballería española. A partir de entonces sus escritos dejan de ser literarios y se limitan al terreno profesional; en 1777 redacta el Nuevo sistema de táctica, disciplina y economía para la caballería española y un año después el proyecto de sitio de Gibraltar, que remite a Floridablanca. Hace gestiones para ser destinado a Gibraltar, hasta que lo consigue como ayudante de campo del general Álvarez de Sotomayor, y a poco de ser nombrado coronel, es herido mortalmente.

La obra de Cadalso está pensada, en su mayor parte, en función de la utilidad pública. Tan sólo unas pocas escapan de este marco, pero se trata de obras de circunstancias, en ocasiones frívolas o caricaturas de la corte sofisticada e hipócrita en que se movía nuestro autor.

Los eruditos a la violeta (1772)

Los eruditos a la violeta es una sátira en la que critica la educación superficial, la osada pedantería y la ignorancia de los petimetres que tanto abundaban en las tertulias cortesanas. El éxito de la obra fue tal que la expresión erudito a la violeta y el calificativo de violeto se lexicalizaron e hicieron de uso común.
"Tanto en la advertencia como en la portada y en las noticias que se insertan al final del libro, se pueden hallar indicaciones que apuntan todas al mismo fin: el ataque a cierto tipo de "literato" que presume de vastos conocimientos, mientras que, de hecho, es un perfecto ignorante; y un aviso a los incautos que caen en la trampa. La intención era escribir desde el propio punto de vista de los "violetos" para mejor burlarse de ellos.
Admitiendo que sea éste el verdadero fundamento de la obra, la interpretación de las instrucciones que el Profesor suministra en las distintas lecciones es relativamente fácil: es lo más probable que dichas instrucciones estuvieran de acuerdo con el espíritu superficial de aquellos a los que se deseaba satirizar. Ésta es, sin embargo, una excesiva simplificación del verdadero carácter de esas instrucciones. No todo lo que el Profesor dice se pretende que sea superficial. Hay observaciones serias acerca de la naturaleza del conocimiento, del verdadero saber y de la capacidad de las facultades intelectuales del hombre. Cuando se afirma la importancia de la existencia de un Ser Supremo, al principio de la lección sobre la Filosofía Antigua y Moderna, es difícil creer que tal afirmación quiera presentarse como una actitud superficial.
En realidad, el Profesor desempeña en la obra un doble papel: por un lado, nos descubre los propósitos y las cualidades superficiales de sus alumnos, mientras que, por otro, nos señala la verdadera naturaleza del conocimiento que esos alumnos repudian. El análisis detenido de la obra nos mostrará cómo estas dos funciones del Profesor se equilibran, y cómo, al poner de manifiesto las ambiciones de los "violetos", el alcance de la sátira se extiende a las normas y costumbres de la sociedad que los acepta."
N. GLENDINNING, Vida y obra de Cadalso, Madrid, Gredos, 1962.

 

Leamos un fragmento de esta obra, en el que el catedrático a la violeta expone sus proyecto:
"¡Siglo feliz! ¡Edad incomparable en los anales del tiempo! ¡Envidia de la posteridad admirada y afrenta de la ignorante antigüedad! Rásgase el velo de la ignorancia desde la estrella el Cirio hasta la que está ex diametro opuesta a ella en la inmensa esfera. Brotan torrentes de ciencia desde ambos polos del mundo. Huyen veloces las tinieblas de la ignorancia, desidia y preocupación de una en otra extremidad de la tierra, y húndense en sus negros abismos, ilustrado todo el orbe por un número asombroso de profundísimos doctores de veinticinco a treinta años de edad. Hasta nuestra España, tierra tan dura como el carácter de sus habitantes, produce ya unos hijos que no parecen descendientes de sus abuelos. ¡Siglo feliz!, digo otra vez. ¡Más felices vosotros que en él nacisteis! ¡Más feliz que todos juntos, yo solo, a quien la fortuna, más que el mérito, ha colocado en esta sublime cátedra, para reducir a un sistema de siete días toda la erudición moderna!
Me acobarda, sin duda, lo complicado de este proyecto, pero me alienta el deseo de la gloria; me detiene lo respetable de mi auditorio, pero me incita la estimación que me merece; me hiela en fin el temor de la crítica que me hagan unos hombres tétricos, serios y adustos, pero me inflaman los primorosos aplausos de tanto erudito barbilampiño, peinado, empolvado, adonizado y lleno de aguas olorosas de lavanda, sanspareille, ámbar, jazmín, bergamota y violeta, de cuya última voz toma su nombre mi escuela."
Los eruditos a la violeta.

Cartas marruecas (1789)

La obra más conocida de Cadalso es Cartas marruecas. Comenzó su redacción hacia 1768 y las tenía ya acabadas en 1774. La influencia de Montesquieu ha sido muy discutida, y no está claro hasta dónde llega la deuda y hasta dónde la réplica. A comienzos del XIX José Marchena afirmaba decididamente:
"Cadalso tuvo sin duda presente, cuando compuso sus Cartas Marruecas, las Persianas del inmortal Montesquieu; mas aun prescindiendo de la notable inferioridad de ingenio, nunca su obra hubiera podido competir con la del presidente de Burdeos. La madura reflexión de Usbek, la satírica sagacidad de Rica de todos los asuntos promiscuamente tratan; todo lo examinan; todo lo bueno lo elogian y lo aprueban, todo lo malo lo vituperan y satirizan; palacio, magistratura, clero, leyes, costumbres, religión, ciencias, moral, todo lo escudriñan, de todo fallan, y no cierto con indulgencia ni miramientos. Cadalso vivía en el pueblo más ignorante, más avasallado y más supersticioso de Europa; y la inquisición y el gobierno a porfía perseguían a cuantos la verdad más indiferente publicaban, como persiguen hoy, y perseguirán por los siglos de los siglos, mientras subsistiere aquélla, y no mudare éste de naturaleza; lo dicho basta para conocer, sin detenernos más en ello, cuán privada de fuego, acción y vida está la composición de Cadalso. Este autor era indisputablemente hombre de talento, y en tal cual trozo de su obra se columbra: ¿mas qué vale la agilidad de pies a quien con pesados grillos los tiene trabados?"
MARCHENA, J., "Discurso sobre la literatura española (1819) y Exordio", en Obra española en prosa, ed. Juan F. Fuentes, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990.
El profesor John B. Hughes, en cambio, relacionaba la actitud ideológica del autor con una postura ejemplar que caracterizaría, según él, buena parte de nuestra literatura:
"Las Cartas marruecas pertenecen a una de las "tradiciones" más largas, originales y características de la literatura española e hispánica, la que llamaría "la literatura de postura ejemplar". Hablamos de "tradición" por la reaparición de ciertas notas centrales que mucho se parecen unas a otras a través de los siglos, por su valor estético-cultural y por el número de escritores y obras abarcados. Dentro de tal "tradición~ colocaríamos las expresiones de diversos autores y obras de distintos géneros.
Los dos ingredientes fundamentales de tal "tradición" son, por un lado, la preocupación personal por España, comprendida ésta en su sentido más amplio, y, por otro, la presentación dramática, afirmativa, como si fuera en contra de algo o de alguien, de una figura humana ejemplar que, enfrentándose con el "peligro", a su modo, lo "supera", no principalmente por sus acciones, sino por la expresión total de su ser. Tales figuras se asemejan a quien, estando en plena batalla, de algún modo, se separa de ella, y consciente de su valer, lo afirma, perfilándose entero para la posteridad. No importa si son sus personajes o los escritores mismos quienes toman tal postura."
HUGHES, John B., José Cadalso y las "Cartas marruecas", Madrid, Tecnos, 1969.
Joaquín Arce ha destacado el talante ecuánime y respetuoso que se desprende de la lectura de las Cartas marruecas y lo relaciona con el concepto de filósofo tan en boga en la época:
"Superando la noción espacial de su patria y la temporal de su siglo de la historia, hay en las cartas una serie de consideraciones de orden universal psicológico y filosófico, que afectan al comportamiento ético del ser humano. Esta dimensión moral y la consiguiente actitud crítica constituyen otro importante núcleo en la organización temática de las cartas. Evidentemente el intento de disección de la historia o de la sociedad comporta una actitud de honestidad y prudencia en el que juzga. Cadalso procurará, por tanto, fijar el talante que le caracteriza o que él estima como ideal. Si la categoría humana fundamental en el siglo XVIII la constituye el "filósofo", nuestro autor busca otra denominación menos enfática y pretenciosa, de menor alcance intelectual, pero con más acentuado sentido de la ecuanimidad y respeto, tanto al pasado, como a las mejoras del presente. La expresión que él va a utilizar, definidora de esta dimensión del comportamiento moral es la de "hombre de bien"; paralelamente, en la consideración y enjuiciamiento de las cuestiones planteadas, buscará un equilibrado "justo medio"."
J. ARCE, Introducción a su ed. de Cartas marruecas. Noches lúgubres, Madrid, Cátedra, 1978.
Por boca de uno de sus personajes define Cadalso en la carta LII (de Nuño a Gazel) la hombría de bien:
"Entre ser hombre de bien y no ser hombre de bien, no hay medio. Si lo hubiera, no sería tanto el número de pícaros. La alternativa de no hacer mal a alguno o de atrasarse uno mismo si no hace algún mal a otro es de una tiranía tan despótica que sólo puede resistirse a ella por la invencible fuerza de la virtud. Pero la virtud está muy desairada en la corrupción del mundo para tener atractivo alguno. Su mayor trofeo es el respeto de la menor parte de los hombres."
Cartas marruecas.

Los temas de que se ocupa Cadalso son variadísimos, y aun aprovecha para ofrecer al lector distintos enfoques merced a las posibilidades que le permiten los tres corresponsales: Gazel, el joven viajero marroquí, observador a un tiempo ingenuo e imparcial, que todo lo examina con la perspectiva crítica que su diferente mentalidad le otorga; Nuño, inteligente introductor de Gazel en la sociedad española, y el sabio maestro Ben-Beley, corresponsal necesariamente distante, para justificar los relatos y comentarios de Gazel, y a la vez prudente consejero de su discípulo.
Gazel se detiene en numerosas ocasiones a describir costumbres y escenas típicas, de las que es espectador circunstancial o sobre las que llama Nuño su atención, como en la carta LXXII, donde se refiere a las corridas de toros:
"Hoy he asistido por mañana y tarde a una diversión propiamente nacional de los españoles, que es lo que ellos llaman fiesta o corrida de toros. Ha sido este día asunto de tanta especulación para mí, y tanto el tropel de ideas que me asaltaron a un tiempo, que no sé por cuál empezar a hacerte la relación de ellas. Nuño aumenta más mi confusión sobre este particular, asegurándome que no hay un autor extranjero que hable de este espectáculo, que no llame bárbara a la nación que aún se complace en asistir a él. Cuando esté mi mente más en su equilibrio, sin la agitación que ahora experimento, te escribiré largamente sobre este asunto; sólo te diré que ya no me parecen extrañas las mortandades que sus historias dicen de abuelos nuestros en la batalla de Clavijo, Salado, Navas y otras, si las excitaron hombres ajenos de todo el lujo moderno, austeros en sus costumbres, y que pagan dinero por ver derramar sangre, teniendo esto por diversión dignísima de los primeros nobles. Esta especie de barbaridad los hacía sin duda feroces, pues desde niños se divertían con lo que suele causar desmayos a hombres de mucho valor la primera vez que asisten a este espectáculo."
Cartas marruecas.
Otras veces reflexiona sobre la condición humana, como lo hace en la carta LXVIII a propósito de la influencia del lujo, y entonces aparece la intención didáctica del autor:
"Examina la historia de todos los pueblos, y sacarás que toda nación se ha establecido por la austeridad de costumbres. En este estado de fuerza se ha aumentado, de este aumento ha venido la abundancia, de esta abundancia se ha producido el lujo, de este lujo se ha seguido la afeminación, de esta afeminación ha nacido la flaqueza, de la flaqueza ha dimanado su ruina. Otros lo habrán dicho antes que yo y mejor que yo; pero no por eso deja de ser verdad y verdad útil, y las verdades útiles están tan lejos de ser repetidas con sobrada frecuencia, que pocas veces llegan a repetirse con la suficiente."
Cartas marruecas.
Tal intención se hace evidente en cuanto Nuño toma la palabra, ya sea a través del relato de Gazel a Ben Beley como en la carta VII, al referirse al tema básico de la educación:
"Me acuerdo que yendo a Cádiz, donde se hallaba mi regimiento de guarnición, me extravié y me perdí en un monte. Iba anocheciendo, cuando me encontré con un caballerete de hasta unos veintidós años, de buen porte y presencia. Llevaba un arrogante caballo, sus dos pistolas primorosas, calzón y ajustador de ante con muchas docenas de botones de plata, el pelo dentro de una redecilla blanca, capa de verano caída sobre el anca del caballo, sombrero blanco finísimo y pañuelo de seda morado al cuello. Nos saludamos, como es regular, y preguntándole por el camino de tal parte, me respondió que estaba lejos de allí; que la noche ya estaba encima y dispuesta a tronar; que el monte no era muy seguro; que mi caballo venía cansado; y que, en vista de todo esto, me aconsejaba y suplicaba que fuese con él a un cortijo de su abuelo, que estaba a media legua corta. Lo dijo todo con tanta franqueza y agasajo, y lo instó con tanto empeño, que acepté la oferta. La conversación cayó, según costumbre, sobre el tiempo y cosas semejantes; pero en ella manifestaba el mozo una luz natural clarísima con varias salidas de viveza y feliz penetración, lo cual, junto con una voz muy agradable y gesto muy proporcionado, mostraba en él todos los requisitos naturales de un perfecto orador; pero de los artificiales, esto es, de los que enseña el arte por medio del estudio, no se hallaba uno siquiera […].
Llegábamos ya cerca del cortijo, sin que el caballero me hubiese contestado a materia alguna de cuantas le toqué. Mi natural sinceridad me llevó a preguntarle cómo le habían educado, y me respondió:
—A mi gusto, al de mi madre y al de mi abuelo, que era un señor muy anciano que me quería como a la niña de sus ojos. Murió de cerca de cien años de edad. Había sido capitán de Lanzas de Carlos II, en cuyo palacio se había criado. Mi padre bien quería que yo estudiase, pero tuvo poca vida y autoridad para conseguirlo. Murió sin tener el gusto de verme escribir. Ya me había buscado un ayo, y la cosa iba de veras, cuando cierto accidentillo lo descompuso todo.
—¿Cuáles fueron sus primeras lecciones? —preguntéle yo.
—Ninguna —respondió el muchacho—: ya sabía yo leer un romance y tocar unas seguidillas; ¿para qué necesita más un caballero? Mi dómine bien quiso meterse en honduras, pero le fue muy mal y hubo de irle mucho peor. El caso fue que había yo concurrido con otros amigos a un encierro. Súpolo, y vino tras mí a oponerse a mi voluntad. Llegó precisamente a tiempo que los vaqueros me andaban enseñando cómo se toma la vara. No pudo traerle su desgracia a peor ocasión. A la segunda palabra que quiso hablar, le di un varazo tan fuerte en medio de la cabeza, que se la abrí en más cascos que una naranja; y gracias a que me contuve, porque mi primer pensamiento fue ponerle una vara lo mismo que a un toro de diez años; pero, por primera vez, me contenté con lo dicho. Todos gritaban: ¡Viva el señorito! Y hasta el tío Gregorio, que es hombre de pocas palabras, exclamó: "Lo ha hecho usía como un ángel del cielo."
—¿Quién es ese tío Gregorio? —preguntéle, atónito de que aprobase tal insolencia; y me respondió:
—El tío Gregorio es un carnicero de la ciudad que suele acompañarnos a comer, fumar y jugar. […]
Dándome cuenta del carácter del tío Gregorio y otros iguales personajes, llegamos al cortijo. Presentóme a los que allí se hallaban, que eran amigos o parientes suyos de la misma edad, clase y crianza, y se habían juntado para ir a una cacería; y esperando la hora competente, pasaban la noche jugando, cenando, cantando y hablando; para todo lo cual se hallaban muy bien provistos, porque había concurrido algunas gitanas con sus venerables padres, dignos esposos y preciosos hijos. […]
Contarte los dichos y hechos de aquella academia fuera imposible, o tal vez indecente; sólo diré que el humo de los cigarros, los gritos y palmadas del tío Gregorio, la bulla de todas las voces, el ruido de las castañuelas, lo destemplado de la guitarra, el chillido de las gitanas, la quimera entre los gitanos sobre cuál había de tocar el polo para que lo bailase Preciosilla, el ladrido de los perros y el desentono de los que cantaban, no me dejaron pegar los ojos en toda la noche. Llegada la hora de marchar, monté a caballo, diciéndome a mí mismo en voz baja: ¿Así se cría una juventud que pudiera ser tan útil si fuera la educación igual al talento? Y un hombre serio, que al parecer estaba de mal humor con aquel género de vida, oyéndome, me dijo con lágrimas en los ojos:
—Sí, señor."
Cartas marruecas.
Debe completarse esto con lo que dice Nuño, en la carta LXX, sobre la obligación de contribuir al bien de la patria:
"Veo la relación que me haces de la vida del huésped que tuvistes por la casualidad, tan común en España, de romperse un coche de camino. Conozco que ha congeniado contigo aquel carácter y retiro. La enumeración que me haces de las virtudes y prendas de aquella familia sin duda ha de tener mucha simpatía con tu buen corazón. El gustar de su semejante es calidad que días ha se ha descubierto propia de nuestra naturaleza, pero con más fuerza entre los buenos que entre los malvados; o, por mejor decir, sólo entre los buenos se halla esta simpatía, pues los malos se miran siempre unos a otros con notable recelo, y si se tratan con aparente intimidad, sus corazones están siempre tan separados como estrechados sus brazos y apretadas sus manos; doctrina en que me confirma tu amigo Ben-Beley. Pero, Gazel volviendo a tu huésped y otros de su carácter, que no faltan en las provincias y de los cuales conozco no pequeño número, ¿no te parece lastimosa para el estado la pérdida de unos hombres de talento y mérito que se apartan de las carreras útiles de la república? ¿No crees que todo individuo está obligado a contribuir al bien de su patria con todo esmero? Apártense del bullicio los inútiles y decrépitos: son de más estorbo que servicio; pero tu huésped y sus semejantes están en la edad de servirla, y deben buscar las ocasiones de ello aun a costa de toda especie de disgustos. No basta ser bueno para sí y para otros pocos; es preciso serlo o procurar serlo para el total de la nación. Es verdad que no hay carrera en el estado que no esté sembrada de abrojos; pero no deben espantar al hombre que camina con firmeza y valor. […]
El hombre que conoce la fuerza de los vínculos que le ligan a la patria, desprecia todos los fantasmas producidos por una mal colocada filosofía que le procura espantar, y dice: "Patria, voy a sacrificarte mi quietud, mis bienes y vida. Corto sería este sacrificio si se redujera a morir: voy a exponerme a los caprichos de la fortuna y a los de los hombres, aun más caprichosos que ella. Voy a sufrir el desprecio, la tiranía, el odio, la envidia, la traición, la inconstancia y las infinitas y crueles combinaciones que nacen del conjunto de muchas de ellas o de todas."
No me dilato más, aunque fuera muy fácil, sobre esta materia. Creo que lo dicho baste para que formes de tu huésped un concepto menos favorable. Conocerás que aunque sea hombre bueno será mal ciudadano; y que el ser buen ciudadano es una verdadera obligación de las que contrae el hombre al entrar en la república, si quiere que ésta le estime, y aun más si quiere que no lo mire como a extraño. El patriotismo es de los entusiasmos más nobles que se han conocido para llevar al hombre a despreciar trabajos y emprender cosas grandes; y para conservar los estados."
Cartas marruecas.


Noches lúgubres (1789)

La obra más polémica de Cadalso quizás sea las Noches lúgubres, tanto por la complicada historia textual que originó (con un éxito extraordinario durante la primera mitad del siglo XIX y una secuela de plagios, imitaciones y versiones) como por las encontradas interpretaciones críticas que ha tenido. Ya Menéndez Pelayo, al repasar las obras de Cadalso, decía que era "el primer romántico en acción":
"Dos personajes de la tertulia de San Sebastián merecen, por diversos conceptos, más individual noticia. Era el primero don José de Cadalso, mediano escritor en todas sus obras, excepto en la sátira en prosa que tituló Los eruditos a la violeta, precisamente porque en ella se retrató de cuerpo entero, siendo, como era, hombre de instrucción varia y superficial, aunque de culto y despejado ingenio. Su educación había sido enteramente francesa, y adquirida en Francia misma, pero no apagó nunca en él el ardiente patriotismo de que dan muestra sus Cartas Marruecas, aunque por lo demás sean pálida imitación de las Lettres Persanes, de Montesquieu. En sus versos no se trasluce otro estudio que el de poetas indígenas, tales como Villegas y Quevedo, cuyos pasos seguía con poco nervio y con fluidez insípida. […]
Cuando Cadalso quiso escribir una tragedia, que es, sin disputa, la peor de sus obras, llevó el servilismo de la imitación hasta componerla en endecasílabos pareados, sin que podamos comprender hoy cómo pudo haber oídos españoles que ni un solo día la tolerasen. Pero aún había otra contradicción más notable y digna de estudio en Cadalso. Así como don Nicolás Moratín se empeñaba en pensar como Boileau, mientras sentía y escribía como Lope, así Cadalso, mediano y desmayado versificador clásico, llevaba a su vida la poesía que no ponía en sus versos, y era, como ingeniosamente se ha dicho, el primer romántico en acción, realizando cumplidamente en su persona, no el ideal bucólico y anacreóntico que sus obras anunciaban, sino el ideal apasionado y tumultuoso de los Byron y Esproncedas. Sólo que para la expresión de ese ideal no encuentra en la menguada literatura de su tiempo y en la pobreza de sus medios artísticos otro recurso que la declamación sepulcral y fúnebre, imitada de las Noches de Young. Así y todo, con Cadalso, ya se le mire como tipo novelesco, en sus amores, en sus aventuras y en su gloriosa muerte, ya le consideremos como innovador literario en una de sus obras más endebles, penetra en nuestra literatura cierto elemento exótico de poesía melancólica y nocturna, derivado de la Musa del Norte. Los impulsos literarios se inician generalmente con obras oscuras y de poco valor intrínseco; y para mí es seguro que en esa tentativa de Cadalso está en germen toda la detestable literatura de hachones, gusanos y sepultureros que infestó a España allá por los años de 1835, y aun más adelante."
M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de las ideas estéticas en España, III.
Muchos años después, Edith Helman abundaba en la misma línea interpretativa:
"No nos explicamos por qué siempre se ha hablado del preromanticismo de las Noches lúgubres, puesto que el título, el escenario, el tema, los personajes y su manera de hablar, su forma de relato corto y melodramático, todo es romántico. La obra de Young se titulaba Pensamientos nocturnos y la versión de Le Tourneur se llamaba, sencillamente, Les Nuits d'Young; Cadalso, ya desde el título, recarga las tintas negras, y sus Noches son lúgubres, es decir, melancólicas y funestas. Su obra empieza con un monólogo del protagonista, Tediato, que no deja de quejarse de su tedio, aflicción y pesadumbre. La noche obscura, de un silencio pavoroso, sirve de trasfondo para expresar la tristeza de Tediato, y para completarla. Luego, el nublado, la tormenta, la luz horrorosa de los relámpagos, los truenos, cada uno más cruel que el que le antecede, todo refleja la turbación de su espíritu, mayor aún que la de la Naturaleza. Esa tormenta en que "todo se inunda de llanto… todo tiembla…", y tan pavorosa que "no hay hombre que no se crea mortal en este instante", remata la tristeza y el temblor del alma de Tediato. Este uso del aparato de la Naturaleza para realzar el estado de ánimo del héroe es un rasgo completamente romántico."
HELMAN, Edith, Introducción a su ed. de Noches lúgubres, Madrid, Taurus, 1968.
El profesor Russell P. Sebold, al reconsiderar los límites del romanticismo, coloca las Noches lúgubres como pieza clave de los orígenes del movimiento:

El mismo Cadalso se daba cuenta del radical carácter innovador de la triste historia del joven Tediato y sus cuitas. La preciosa edición que el autor visualizaba y que nunca se ha realizado simbolizaría por su forma exterior la novedad del tema y las técnicas de las Noches lúgubres, así como el fatídico ambiente de la obra. "La impresión sería en papel negro con letras amarillas", explica Cadalso al hablar de ese libro en las Cartas marruecas. Opinaba que sus Noches eran novedosas sobre todo para España, pues apunta que se atrevería a publicarlas "si el cielo de Madrid […] se convirtiese en triste, opaco y caliginoso como el de Londres". Mas en realidad las Noches lúgubres representaban una enorme novedad para todo el continente europeo. Hace más de sesenta años, Paul Van Tieghem afirmó que este singular poema lírico en prosa dialogada "se caracteriza por un romanticismo fuertemente acentuado que es muy poco usual en Europa hacia 1770". Sin embargo, ni aun con este juicio —brillante por otra parte para su momento— se capta toda la fuerza de la innovación cadalsiana. Pues en las Noches lúgubres tenemos la primera obra plenamente romántica, no sólo de la literatura española, según se viene diciendo en años recientes, sino de toda la literatura europea."
R.P. SEBOLD, Introducción a su ed. de Noches lúgubres, Madrid, Taurus, 1993.
Frente a esto, Nigel Glendinning, sin duda uno de los dieciochistas más prestigiosos de nuestros días, ha indagado la huella clasicista en el propio estilo de las Noches, que siempre ha sido considerado como claro precedente del lenguaje romántico:
"Es probable que Cadalso leyera a Young lo mismo en inglés como en la adaptación francesa de Le Tourneur, saneada de algunas repeticiones y de los "errores" teológicos protestantes del original. La traducción de Le Tourneur le habrá hecho ver a Cadalso, sin duda, la posibilidad de trasladar el estilo sublime de la poesía a la prosa. Lo cierto es que la deuda de Cadalso en este caso es más que nada estilística, y relacionada con la sublimidad. Lo sublime en Young consiste en parte en los pensamientos filosóficos y la evocación de la noche, y en parte en las técnicas recomendadas por Longino en su Tratado de lo sublime, muy leído y admirado en el siglo XVIII. Las apóstrofes e interrogaciones, las mezclas de figuras, la "violencia de palabras amontonadas", y las repeticiones, todas se consideraban "aptas para apasionar" según Longino. Y según sus teorías, también los sentimientos patéticos contribuían a la sublimidad. Cadalso explotaba aquellos recursos en sus Noches, al igual que antes Young en las suyas. Encontramos asimismo en las dos obras las "transiciones no esperadas" de Longino, que ocurren cuando se introducen cambios de persona en los verbos."
GLENDINNING, Nigel, Introducción a su ed. de Noches lúgubres, Madrid, Espasa Calpe, 1993.

Noches lúgubres es una obra breve, en forma de diálogo y dividida en tres partes (noches), en las que participan escasos personajes; destacan Tediato, el protagonista, que procura desenterrar el cadáver de su amada, para suicidarse luego junto a él incendiando su casa, y Lorenzo, el sepulturero que le ayuda.
Su carácter lírico no impide que escondan cierto didactismo, que se revela mediante las conversaciones que mantienen los dos personajes principales y los sucesos que sufre o presencia el protagonista, los cuales marcarán una evolución en él que va desde el egoísmo inicial a la comprensión y la solidaridad con sus semejantes.
Contrástense las opiniones de Tediato sobre la amistad en la "Noche primera" y en la "Noche tercera":
1 . LA OPINIÓN DE TEDIATO EN LA "NOCHE PRIMERA"
"¡Amigos, amistad…! Esa virtud sólo haría feliz a todo el género humano. Desdichados son los hombres desde el día que la desterraron o ella los abandonó. Su falta es el origen de todas las turbulencias de la sociedad. Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres la apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y compostura: belleza fingida y aparente…, nieve que cubre un muladar… Darse las manos y rasgarse los corazones: ésta es la amistad que reina. No te canses; no busco el cadáver de persona alguna de las que puedes juzgar. Ya no es cadáver."

2. LA OPINIÓN DE TEDIATO EN LA "NOCHE TERCERA"
"El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable, si se conjuran en hacértela odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es infeliz si puede hacer a otro dichoso. Y, amigo, más bienes dependen de tu mano que de la magnificencia de todos los reyes. Si fueras emperador de medio mundo… con el imperio de todo el universo, ¿qué podrías darme que me hiciese feliz? ¿Empleos, dignidades, rentas? Otros tantos motivos para mi propia inquietud y para la malicia ajena… Sembrarías en mi pecho zozobras, recelos, cuidados… tal vez ambición y codicia… y en los de mis amigos… envidia. No te deseo con corona y cetro para mi bien… Más contribuirás a mi dicha con ese pico, ese azadón… viles instrumentos a otros ojos… venerables a los míos… Andemos, amigo, andemos…"
Noches lúgubres.

Al concluir la "Noche segunda" aparece el tema de la compasión, muy ligado al anterior como un paso adelante hacia la fraternidad:
"TEDIATO
¡Qué poco me esperabas aquí! Tu hijo te dirá dónde le he hallado. Me ha contado el estado de tu familia. Mañana nos veremos en el mismo puesto para proseguir nuestro intento, y te diré por qué no nos hemos visto esta noche hasta ahora. Te compadezco tanto como a mí mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta miseria, y te la multiplica en tus deplorables hijos… Eres sepulturero… Haz un hoyo muy grande… Entiérralos todos ellos vivos y sepúltate también con ellos. Sobre tu losa me mataré y moriré diciendo: "Aquí yacen unos niños tan felices ahora como eran infelices poco ha y dos hombres los más míseros del mundo"."
Noches lúgubres.
Y al comienzo de la "Noche tercera" la actitud del protagonista es claramente fraternal y ha variado de manera radical con respecto a la "Noche primera":

"Aquí me tienes, fortuna, tercera vez expuesto a tus caprichos. Pero ¿quién no lo está? ¿Dónde, cuándo, cómo sale el hombre de tu imperio? Virtud, valor, prudencia, todo lo atropellas. No está más seguro de tu rigor el poderoso en su trono, el sabio en su estudio, que el mendigo en su muladar, que yo en esta esquina lleno de aflicciones, privado de bienes, con mil enemigos por fuera y un tormento interior capaz, por sí solo, de llenarme de horrores, aunque todo el orbe procurara mi infelicidad.
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis males? La primera, ¿de qué me sirvió? Truenos, relámpagos, conversación con un ente que apenas tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y motivos de cebar mi tristeza en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi mansión al pie de la sepultura, ¿cuál sería el éxito de mi temeridad? Al acudir al templo el concurso religioso y hallarme en aquel estado, creyendo que…, ¿qué hubieran creído? Gritarían: "Muera ese bárbaro, que viene a profanar el templo con molestia de los difuntos y desacato a quien los crió".
La segunda noche…, ¡ay!, vuelve a correr mi sangre por las venas con la misma turbación que anoche. Si no has de volver a mi memoria para mi total aniquilación, huye de ella, ¡oh, noche infausta! Asesinato, calumnia, oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugo, muerte y gemidos… por no sentir mi último aliento, huye de mí un instante la tristeza; pero apenas se me concede gozar el aire que está libre para las aves y brutos, cuando me vuelve a acudir con su velo la desesperación. ¿Qué vi? Un padre de familias pobre con su mujer moribunda, hijos parvulillos y enfermos; uno perdido, otro muerto aun antes de nacer y que mata a su madre aun antes de que ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío! ¡Qué inhumano si no se partió al ver tal espectáculo!… Excusa tiene: mayores son sus propios males y aún subsiste. ¡Oh, Lorenzo! Oh, vuélveme a la cárcel, Ser Supremo, si sólo me sacaste de ella para que viese tal miseria en las criaturas.
Esta noche, ¿cuál será?… ¡Lorenzo, infeliz Lorenzo! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu padre, la de tu mujer, la enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven, hallarás en mí un desdichado que padece no sólo sus infortunios propios sino los de todos los infelices a quienes conoce, mirándolos a todos como hermanos. Ninguno lo es más que tú. ¿Qué importa que nacieras tú en la mayor miseria y yo en cuna más delicada? Hermanos nos hace un superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte que divide en arbitrarias e inútiles clases a los que somos de una misma especie. Todos lloramos..,. todos enfermamos…, todos morimos."
Noches lúgubres.
7. FORNER (1756-1797)

Juan Pablo Forner nació en Mérida (Badajoz). Realizó buena parte de sus estudios en Salamanca, donde conoció a Cadalso y trabó amistad con el conocido núcleo salmantino (Meléndez Valdés, Iglesias de la Casa, etc.). Reside en Madrid entre 1778 y 1790, fecha en la que es nombrado fiscal del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla. Seis años después asciende a fiscal del Consejo de Castilla, pero fallece enseguida.
Polemista tesonero, se enzarzó en discusiones fervientes con numerosos escritores de su tiempo, entre los cuales cabe destacar a los fabulistas Iriarte y Samaniego, los dramaturgos Trigueros y López de Ayala o los eruditos Tomás Antonio Sánchez y Sempere y Guarinos. También participó en defensa de su amigo Meléndez Valdés, atacando a Iriarte, y de Leandro Fernández de Moratín a propósito de El viejo y la niña. No en vano Menéndez Pelayo le denominaba el gladiador literario:
"Aunque enemigo de todo resto de barbarie y partidario de toda reforma justa, y de la corrección de todo abuso, como lo prueba el admirable libro que dejó inédito sobre la perplejidad de la tortura, Forner fue, como filósofo, el adversario más acérrimo de las ideas del siglo XVIII, que él no se harta de llamar "siglo de ensayos, siglo de diccionarios, siglo de diarios, siglo de impiedad, siglo hablador, siglo charlatán, siglo ostentador", en vez de los pomposos títulos de "siglo de la razón, siglo de las luces y siglo de la filosofía" con que le decoraban sus más entusiastas hijos.
Contra ellos se levanta la protesta de Forner, más enérgica que ninguna; protesta contra la corrupción de la lengua castellana, dándola ya por muerta, y celebrando sus exequias; protesta contra la literatura prosaica y fría, y la corrección académica y enteca de los Iriartes; protesta contra el periodismo y la literatura chapucera, contra los economistas filántropos que a toda hora gritan: "¡Humanidad, beneficencia!"; y protesta, en fin, contra las flores y los frutos de la Enciclopedia. Su mismo aislamiento, su dureza algo brutal, en medio de aquella literatura desmazalada y tibia, le hacen interesante, ora resista, ora provoque.
Es un gladiador literario de otros tiempos, extraviado en una sociedad de petimetres y de abates; un lógico de las antiguas aulas, recio de voz, de pulmones y de brazo, intemperante y procaz, propenso a abusar de su fuerza, como quien tiene excesiva confianza en ella, y capaz de defender de sol a sol tesis y conclusiones públicas contra todo el que se le ponga delante.
En Forner se encarnó la reacción más inteligente y más violenta contra el enciclopedismo. "Vivimos en el siglo de los oráculos, escribía: la audaz y vana autoridad de una tropa de sofistas ultramontanos, que han introducido el nuevo y cómodo arte de hablar de todo por su capricho, de tal suerte ha ganado la inclinación del servil rebaño de los escritores comunes, que apenas se ven ya sino infelices remedadores de aquella despótica resolución con que, poco doctos en lo íntimo de las ciencias, hablaron de todas antojadizamente los Rousseau, los Voltaire, los Helvecio… Tal es lo que hoy se llama filosofía: imperios, leyes, estatutos, religiones, ritos, dogmas, doctrinas… son atropellados inicuamente en las sofísticas declamaciones de una turba, a quien, con descrédito de lo respetable del nombre, se aplica el de filósofos". Para salvarse de esta anarquía y desbarajuste intelectual, Forner invoca el nombre de Luis Vives, y quiere levantar sobre su sistema crítico, combinado con el experimentalismo baconiano, el edificio de una ciencia española, distinta asimismo de la ciencia escolástica."

M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de las ideas estéticas en España, III.

Forner es famoso como satírico. Obtuvo en 1782 un premio de la Academia con su Sátira contra los abusos introducidos en la poesía castellana. Ese mismo año redactó contra Iriarte primero la fábula satírica de El asno erudito (1782) y más adelante, como consecuencia del folleto con el que respondió precipitadamente Iriarte (Para casos tales, suelen tener los maestros oficiales), la narración alegórica Los gramáticos, historia chinesca, cuya publicación fue prohibida y ha permanecido inédita hasta nuestro siglo. En ésta se deja llevar Forner por la moda de situar el argumento en un contexto exótico, como ya hiciera entre otros Cadalso con sus Cartas marruecas, siguiendo el modelo de las Cartas persianas de Montesquieu. Los personajes a los que alude el fragmento seleccionado son trasunto del propio Tomás de Iriarte (Chu-su) y tal vez del propio autor (Kin-Taiso):
"Dio principio nuestro Chu-su a su carrera de escritor, empleando en escribir los años de la juventud, sin duda porque dejaba para la vejez el empleo de estudiar y meditar. Algunos doctores góticos europeos que han tratado de la ética característica ponen por uno de los indicios o caracteres de la ambición en letras la aplicación a traducir cuando los ambiciosos literarios no hallan en sí otro fondo de donde tomen asunto o materia para manifestarse al público. Tal fue el principio de los progresos de nuestro Chu-su. Pero como escribía en la China, y no en Europa, no le convenían por ningún término los caracteres que distinguen a los ambiciosos de acá. Pruébase esto con una autoridad formidable a los doctores góticos, y que a mi entender persuadiría irrefragablemente a los eruditísimos y profundos perseguidores del goticismo. La autoridad es tomada de un célebre cómputo de M. de Voltaire; y es que allá cuando no sabían escribir, escribieron los chinos unas terribles crónicas que hacían subir la existencia de su nación mucho más arriba de la existencia del universo; y lo que es más, halló dicho Señor Filo-histori-criti-poeti-físico-matemático que en aquel puntual y crudo tiempo eran ya los chinos estupendos astrónomos y acérrimos impresores. Esta aserción, de gran peso en verdad por la legalidad que tuvo en todos asuntos su autor, prueba sin repugnancia alguna que la China no es parte de nuestro globo; y por consiguiente los caracteres de sus naturales nada tienen que ver con los de acá. Supiéramos a punto fijo cuáles son, si el Señor Fontenelle hubiera tenido a bien adivinarlo en su verídico y famoso libro de los Mundos, ya que adivinó tan infaliblemente la existencia de los habitantes en los planetas.
No se sabe si por medio de algún carro o barco volante navegó desde su país al que habitamos un filósofo chino que tuvo la humorada de pasar a nuestro hemisferio con el fin de enterarse de sus costumbres, artes, ciencias, lenguas y religiones. Lo cierto es que hizo son tur, y tornó a su patria bien abastecido de libros y noticias, las cuales, depositadas en una memoria capacísima que moraba pared en medio de un juicio recto y desapasionado, formaban un hombre que era el oráculo de su patria y las delicias de las conversaciones. El único defecto que se notaba en él era que no levantaba falsos testimonios a las naciones por donde había discurrido; no violentaba las costumbres y usos de cada una para apoyar algún sistema imaginario; no decidía temerariamente de las creencias y dogmas de que se informaba, sin examinarlas primero con mucha atención y desembarazo de ánimo; no resolvía sobre el origen, antigüedad y cronología de cada nación, sin separar las noticias falsas de las ciertas, las claras de las obscuras, las probables de las dudosas; y en realidad, en estas cualidades era nuestro filósofo muy inferior a los viajeros europeos, los cuales, sin adulación, son eminentes en ellas."
Los gramáticos, historia chinesca.

También permaneció inédita su obra más importante, Exequias de la lengua castellana, hasta que fue publicada a mediados del siglo XIX. Es un texto alegórico, en el que el narrador simula un viaje al Parnaso con objeto de repasar la literatura española, ensalzando a los clásicos e ironizando sobre sus contemporáneos:
"Cuando se representa en mi imaginación la grandeza a que llegó la lengua de mi patria en su mejor edad, y veo el miserable y lamentable estado a que la han reducido la vana inconsideración, la barbarie y la ignorancia temeraria y audaz de los escritores de estos últimos tiempos; trocado el impulso de los afectos que deben conducirme en la presente coyuntura, dejándome llevar, antes que de la lástima, del enojo, mudaría las cláusulas del panegírico en las de la sátira, y arrebatado involuntariamente, prorrumpiría en expresiones no del todo dignas del decoro de los que me escuchan, pero muy correspondientes al furioso atrevimiento de los corruptores. El ardor, la vehemencia, la contención del espíritu, las sentencias vivas y penetrantes, serían la única materia de mis locuciones, consagradas esta vez a vengar a la patria de sus mismos patricios, porque, en fin, no han sido los vándalos, los godos, ni los árabes los que en esta ocasión han hecho guerra a la elocuencia de España, obscureciéndola con el bárbaro idioma de sus países. Los españoles, los mismos españoles, la han perseguido y aniquilado traidoramente. De ellos ha recibido su lengua una injuria que no recibió jamás de las naciones más rudas y feroces. Pero las circunstancias me obligan a mudar de estilo.
Levantemos un monumento a la inmortalidad de esta lengua, ya que la ignorancia no ha permitido que ella sea inmortal; y perpetuemos, cuanto nos sea dable, las excelencias que tuvo en sí, para que la posteridad española cuente entre las grandes hazañas que se atribuyen a este siglo filosófico la de haberla defraudado de la magnificencia de su idioma, del mayor y mejor instrumento que conocía la Europa para expresar los pensamientos con majestad, con propiedad, con sencillez, con gala, con donaire y con energía. Sí, señores: propiedades son éstas que se hallaban en alto grado en ese cadáver, que yace ya destituido de todas ellas porque no ha habido quien haya sabido sustentarlas, o por mejor decir, porque una casualidad, felicísima para la España considerada por una parte, ha hecho por otra que los españoles trastornasen todas las ideas del saber, convirtiéndose a imitar a una nación sabia en aquello en que no debiera ser imitada."
Exequias de la lengua castellana.

 

Como respuesta a la pregunta "¿Qué se debe a España?", formulada en el artículo sobre nuestro país redactado por Masson de Morvilliers en la Nueva Enciclopedia (1782), se originó una retahíla de respuestas más o menos apasionadas, conocida como la polémica sobre la ciencia española. Floridablanca, que compartía el sentimiento antifrancés con el escritor extremeño, le encargó una obra que arremetiera contra Masson y respondiera con una apología de España. Forner escribió entonces la vehemente Oración apologética por España y su mérito literario (1786), a la cual pertenece el texto siguiente:
"Infelizmente hemos nacido en una edad que, dándose a sí misma el magnífico título de filosófica, apenas conoce la rectitud en los modos de pensar y juzgar. Vivimos en el siglo de los oráculos. La audaz y vana verbosidad de una tropa de sofistas ultramontanos, que han introducido el nuevo y cómodo arte de hablar de todo por su capricho, de tal suerte ha ganado la inclinación del servil rebaño de los escritores comunes, que apenas se ven ya sino infelices remedadores de aquella despótica situación con que poco doctos en lo íntimo de las ciencias hablaron de todas antojadizamente los Rousseaus, los Voltaires y los Helvecios. La oportuna erudición y el conocimiento debido de las doctrinas que ha trasladado a nosotros la antigüedad industriosamente descubridora, o se desprecian, o se gustan en sucintos e infieles diccionarios, donde dislocadas, si no trastornadas las noticias, se pierden y rompen las conexiones de los sistemas. En cada libro hallamos un oráculo, en cada escritor un censor inexorable de los hombres, de las opiniones, de las costumbres, de las naciones, de los estados, del universo. Tal es lo que hoy se llama filosofía: imperios, leyes, estatutos, religiones, ritos, dogmas, doctrinas, usos, estilos que la dignidad o la santidad ofrecen como venerables y como destinados al ejercicio o a la consagración, son atropellados inicuamente en las sofísticas declamaciones de una turba, a quien con descrédito de lo respetable del nombre se aplica el de filósofos, y se debiera en el mismo sentido con que a los charlatanes dio Pitágoras en otro tiempo el de sofistas. Nada sirve, nada vale en la consideración de dictadores tan graves y profundos, sino lo que se acomoda con sus repúblicas imaginarias con sus mundos vanos, y con el antojo de sus delirios. No hay gobierno sabio, si ellos no lo establecen; política útil, si ellos no la dictan; república feliz, si ellos no la dirigen; religión santa y verdadera, si ellos, que son los maestros de la vanidad, no la fundan y determinan. Ellos, a quienes nosotros desde el asilo de la razón los vemos perdidos y como vagantes en una región oscura y tenebrosa palpando sombras y tropezando entre las tinieblas, son con todo eso, si los creemos, los dispensadores de la luz; espíritus intrépidos, nacidos para el desengaño de los mortales, para el esparcimiento de la verdad… Dignos, cierto, de ser compadecidos, si limitándose al solo y gracioso ministerio de delirar, no juntasen la malignidad del delirio y a la ignorancia las atrevidas artes de la impostura."
Oración apologética por la España y su mérito literario.

8. JOVELLANOS (1744-1811)

Gaspar Melchor de Jovellanos nació en Gijón (Asturias). Estudió Filosofía, Leyes y Cánones en Oviedo, Ávila y Alcalá de Henares. En 1767 conoció a Campomanes, quien debió influir para que fuera nombrado alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla. En esta ciudad frecuentó la residencia de una de las figuras políticas más importantes del reinado de Carlos III, el entonces intendente de Andalucía Pablo de Olavide, a cuyo trató deberá Jovellanos muchas de sus ideas reformistas e incluso la producción de sus primeras obras, la tragedia Pelayo y la comedia sentimental El delincuente honrado. Dos años después de que la Inquisición iniciase el proceso a Olavide (1776) por sus ideas enciclopedistas, el asturiano hubo de trasladarse a Madrid, al ser nombrado alcalde de Casa y Corte, y al poco tiempo participaba activamente en las reuniones de la Sociedad Económica Matritense, de la cual llegó a ser elegido vicedirector y director. Entre 1779 y 1785 ingresó en las Academias de la Historia, de Bellas Artes, de la Lengua, de Cánones y de Derecho. Pero los acontecimientos que siguieron a la muerte de Carlos III truncaron esta brillante trayectoria. Su amigo el conde de Cabarrús fue encarcelado, y él mismo desterrado a Asturias. En su ciudad natal fundó el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, un centro de formación profesional modernamente concebido, que despertó los recelos de los sectores más reaccionarios y de la propia Universidad de Oviedo. A partir de 1796 algunos amigos suyos fueron rehabilitados políticamente A los dos años fue nombrado ministro de Gracia y Justicia, pero cesó a los nueve meses, y se inició entonces una persecución contra los ilustrados que para Jovellanos significó su confinamiento en Mallorca, primero en la cartuja de Valldemosa y luego en el castillo de Bellver. Fue liberado a punto de iniciarse la guerra de la Independencia. Rechazó las ofertas de los afrancesados y fue elegido vocal por Asturias en la Junta Central. Al constituirse el Consejo de Regencia en 1810, quienes habían formado parte de la Junta Central se vieron ignorados y aun represaliados. Entristecido, Jovellanos se embarcó rumbo a su tierra, pero en vista de que el Principado estaba ocupado por los franceses, permaneció hasta julio de 1811 en Galicia. Al mes siguiente fue recibido triunfalmente en Gijón, pero los ataques enemigos le obligaron a embarcarse de nuevo y, después de un accidentado viaje, llegó al Puerto de Vega, donde enfermó de pulmonía y falleció.

 

La intención que anima toda la obra de Jovellanos es el reformismo. De ahí, en cierto modo, la variedad de asuntos y las diversas formas de tratarlos que componen su obra:
"La de Jovellanos fue una curiosidad omnívora e insaciable, y lo mismo se dedicaba a investigar la lengua asturiana como la génesis de Las Meninas de Velázquez o el origen de la arquitectura gótica. Sobre todo estos temas, y otros más, se han conservado escritos suyos. Su afán de conocimiento consta también en su abundante correspondencia y en su diario. Su actividad "literaria", en el sentido de hoy, ocupa un espacio relativamente pequeño en la totalidad de su producción.
Con todo, las obras de Jovellanos, tan variadas, quedan enlazadas por su tendencia práctica y por su dedicación a la Ilustración. En la base de todas ellas vemos la fe en la posibilidad del progreso, tanto el material como el intelectual y moral, la fe en la libertad como meta humana y también como instrumento del progreso junto con la razón —razón no tanto especulativa como práctica, razón aplicada a resolver los problemas específicos de los hombres—. Los escritos económicos y pedagógicos, los políticos, la poesía satírica y el teatro son otros tantos esfuerzos por propagar las luces gracias a las cuales la humanidad había de alcanzar un futuro mejor. Su orientación práctica armoniza con el interés del autor en el mundo que habitaba —su lengua, su arquitectura, su naturaleza—por encima de toda visión utópica."
J.H.R. POLT, Introducción a su ed. de Poesía. Teatro. Prosa literaria,  Madrid, Taurus, 1993.
Su obra es, por lo general, consecuencia directa de los cargos que desempeñó y, por tanto, producto de las circunstancias. Incluso sus obras dramáticas están escritas muy probablemente gracias al impulso que Olavide quiso dar a las fórmulas teatrales que estimaba adecuadas a los propósitos de la Ilustración. Hasta aquel entonces se cuentan numerosos intentos de aclimatar la tragedia clásica, pero El delincuente honrado inaugura en España la búsqueda de un género nuevo:
"La burguesía, protagonista ascendente en la vida económica y cultural del XVIII, no podía aceptar las convenciones de un teatro que, como el clásico, obedecía a una visión aristocrática del mundo […]. La burguesía no podía identificarse con los personajes trágicos ni con la imagen que de su propia clase daba la comedia. Necesitaba un teatro que la presentara con la máxima dignidad literaria, y encontrara recursos dramáticos en su misma realidad social. Esos recursos no podían ser de carácter heroico ni cómico, sino realista."
CARNERO, Guillermo, La cara oscura del Siglo de las Luces, Madrid, Fundación Juan March-Cátedra, 1983.
La comedia sentimental imitaba un género que había surgido en Francia a mediados de siglo, también denominado comedia lacrimosa, cuya finalidad, en palabras de Jovellanos, era "el promover los afectos de ternura y compasión"; este género, añadía, "forma el corazón sobre los útiles sentimientos de humanidad y de benevolencia" (Curso de humanidades castellanas, 1794). En el mismo título El delincuente honrado presenta una paradoja al receptor, que anuncia una apelación a su sensibilidad y aun a su emoción. En la obra se traslucen los asuntos que preocupaban en aquel momento al propio autor; asuntos legislativos, cuya interpretación estaba en manos de los magistrados y en cierto modo determinaba la calificación de la conducta humana e influía en la convivencia social. En el primer acto dos personajes reflejan actitudes opuestas ante el problema de los desafíos:

"TORCUATO.—En los desafíos, señor, el que provoca es, por lo común, el más temerario y el que tiene menos disculpa. Si está injuriado, ¿por qué no se queja a la justicia? Los tribunales le oirán, y satisfarán su agravio, según las leyes. Si no lo está, su provocación es un insulto insufrible; pero el desafiado…
SIMÓN.—Que se queje también a la justicia.
TORCUATO.—¿Y quedará su honor bien puesto? El honor, señor, es un bien que todos debemos conservar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le impuso la opinión pública ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una monarquía; que es alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es principio de mil virtudes políticas, y, en fin, que la legislación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.
SIMÓN.—¡Bueno, muy bueno! Discursos a la moda y opinioncitas de ayer acá; déjalos correr, y que se maten los hombres como pulgas.
TORCUATO.—La buena legislación debe atender a todo, sin perder de vista el bien universal. Si la idea que se tiene del honor no parece justa, al legislador toca rectificarla. Después de conseguido se podrá castigar al temerario que confunda el honor con la bravura. Pero mientras duren las falsas ideas, es cosa muy terrible castigar con la muerte una acción que se tiene por honrada.
SIMÓN.—Según eso, al reptado que mata a su enemigo se le darán las gracias, ¿no es verdad?
TORCUATO.—Si fue injustamente provocado, si procuró evitar el desafío por medios honrados y prudentes, si sólo cedió a los ímpetus de un agresor temerario y a la necesidad de conservar su reputación, que se le absuelva. Con eso, nadie buscará la satisfacción de sus injurias en el campo, sino en los tribunales; habrá menos desafíos o ninguno; y cuando los haya, no reñirán entre sí la razón y la ley, ni vacilará el ánimo del juez sobre la suerte de un desdichado…"
El delincuente honrado.

En la última escena de la obra destaca la exaltación de la figura patriarcal del monarca ilustrado:
"(Torcuato, desgreñado, pero sin las vestiduras de reo, con semblante risueño, aunque muy conmovido. Anselmo, lleno de polvo y en traje de posta.)
LAURA.—¡Ah, querido esposo…!
TORCUATO.—(Corriendo a abrazarla.) ¡Ah, Laura mía…!
JUSTO.—(Abrazando a Anselmo.) ¡Mi bienhechor, mi amigo! ¿Con qué podremos corresponder a tan sublime beneficio?
ANSELMO.—En él mismo, señor, está mi recompensa. He tenido la dulce satisfacción de salvar a mi amigo.
TORCUATO.—(A su padre, abrazándole.) ¡Querido padre!
JUSTO.—Ven a mis brazos, hijo mío; ven a mis brazos… Tú serás el apoyo de mi vejez.
LAURA.—¡Ah!, el gozo me tiene fuera de mí… Querido don Anselmo, yo seré eternamente esclava vuestra.
TORCUATO—(A Simón.)—¡Padre mío…!
SIMÓN.—(Abrazándole.) Buen susto nos has dado, hijo; Dios te lo perdone… Vaya, señores, dejemos los abrazos para mejor tiempo, y díganos don Anselmo cómo se ha hecho este milagro.
ANSELMO.—Jamás sufrió mi alma tan terribles angustias. Cuando llegué a la corte estaba S. M. recogido, y mis gritos, mis clamores fueron vanos, porque nadie se atrevió a interrumpir su descanso. Yo no dormí en toda la noche ni un instante, pero tampoco dejé sosegar a nadie. El ministro, el sumiller, el mayordomo mayor, el capitán de guardias, todos sufrieron mis importunidades. En vano me decían que mi solicitud era inasequible, porque yo no los dejaba respirar. Al fin, por librarse de mí, ofrecieron pedir a S. M. una audiencia, y con esto los dejé por un rato; pero empleé el tiempo que restaba hasta la hora señalada en prevenir a los que debían extender la cédula, en caso de ser el despacho favorable, con lo cual todos estuvieron prontos y propicios. A las siete me admitió el Soberano. Le expuse con brevedad y con modestia cuanto había pasado en el desafío; le pinté con colores muy vivos el genio provocativo del marqués, el corazón blando y virtuoso de Torcuato, el candor y la virtud de su esposa y, sobre todo, la constancia y rectitud del juez, diciendo que era su mismo padre. El cielo sin duda animaba mis palabras y disponía el corazón del Monarca. ¡Ah, qué Monarca tan piadoso! ¡Yo vi correr tiernas lágrimas de sus augustos ojos! Después de haberme oído con la mayor humanidad, "La suerte de ese desdichado —me dijo— conmueve mi real ánimo, y mucho más la de su buen padre. Anda, ya está perdonado; pero no pueda jamás vivir en Segovia ni entrar en mi corte". Al punto me postré a sus pies y los inundé con abundoso llanto. Salgo corriendo, acelero el despacho, tomo el caballo, vuelo en el camino, y ¡oh, Dios!, un instante más me hubiera privado del mejor amigo.
TORCUATO.—Querido amigo, vuelve otra vez a mis brazos; tú has sido mi libertador. ¡Cuántos y cuán dulces vínculos unirán desde hoy nuestras almas!
JUSTO.—Hijos míos, empecemos a corresponder a los beneficios del Rey obedeciéndole. Vamos a tratar de vuestro destino, y demos gracia a la inefable Providencia, que nunca abandona a los virtuosos ni se olvida de los inocentes oprimidos."
El delincuente honrado.

El mismo propósito tiene el párrafo que a continuación se reproduce del discurso en Elogio de Carlos III (1788), pronunciado ante la Sociedad Económica Matritense poco antes de la muerte del rey y cuyo objeto primordial era la apología de la política ilustrada, sobre todo de la reforma económica:
"La enumeración de aquellas providencias y establecimientos con que este benéfico soberano ganó nuestro amor y gratitud ha sido ya objeto de otros más elocuentes discursos. Mi plan me permite apenas recordarlas. La erección de nuevas colonias agrícolas, el repartimiento de las tierras comunales, la reducción de los privilegios de la ganadería, la abolición de la tasa y la libre circulación de los granos, con que mejoró la agricultura; la propagación de la enseñanza fabril, la reforma de la policía gremial, la multiplicación de los establecimientos industriales y la generosa profusión de gracias y franquicias sobre las artes en beneficio de la industria; la rotura de las antiguas cadenas del tráfico nacional, la abertura de nuevos puntos al consumo exterior, la paz del Mediterráneo, la periódica correspondencia y la libre comunicación con nuestras colonias ultramarinas en obsequio del comercio; restablecidas la representación del pueblo para perfeccionar el gobierno municipal y la sagrada potestad de los padres para mejorar el doméstico; los objetos de beneficencia pública distinguidos en odio de la voluntaria ociosidad, y abiertos en mil partes los senos de la caridad en gracia de la aplicación indigente, y, sobre todo, levantados en medio de los pueblos estos cuerpos patrióticos, dechado de instituciones políticas, y sometidos a la especulación de su celo todos los objetos del provecho común, ¡qué materia tan amplia y tan gloriosa para elogiar a Carlos III y asegurarle el título de padre de sus vasallos!
Pero no nos engañemos: la senda de las reformas, demasiado trillada, sólo hubiera conducido a Carlos III a una gloria muy pasajera, si su desvelo no hubiese buscado los medios de perpetuar en sus estados el bien a que aspiraba. No se ocultaba a su sabiduría que las leyes más bien meditadas no bastan de ordinario para traer la prosperidad a una nación y mucho menos para fijarla en ella. Sabía que los mejores, los más sabios establecimientos, después de haber producido una utilidad efímera y dudosa, suelen recompensar a sus autores con un triste y tardío desengaño. Expuestos desde luego al torrente de las contradicciones, que jamás pueden evitar las reformas; imperfectos al principio por su misma novedad; difíciles de perfeccionar poco a poco, por el desaliento que causa la lentitud de esta operación; pero mucho más difíciles todavía de reducir a unidad y de combinar con la muchedumbre de circunstancias coetáneas, que deciden siempre de su buen o mal efecto, Carlos previó que nada podría hacer en favor de su nación, si antes no la preparaba a recibir estas reformas, si no le infundía aquel espíritu de quien enteramente penden su perfección y estabilidad.
Vosotros, señores, vosotros, que cooperáis con tanto celo al logro de sus paternales designios, no desconoceréis cuál era este espíritu que faltaba a la nación. Ciencias útiles, principios económicos, espíritu general de ilustración: ved aquí lo que España deberá al reinado de Carlos III."

Sus ideas económicas tienen formulación más explícita en el Informe sobre la ley agraria, que le encargó en 1787 la Sociedad Económica Matritense y dio por terminado en 1795. En él defiende una política desamortizadora, que impida la perpetuación  de propiedades en manos de la nobleza privilegiada y reaccionaria:
"No se correría entre nosotros tan ansiosamente a llenar la cofradía de la Mesta, si al mismo tiempo que nuestras leyes facilitaban de una parte la acumulación de la riqueza pecuaria en un corto número de cuerpos y personas poderosas, no favoreciesen por otra la acumulación de la riqueza territorial en la misma clase de personas y cuerpos, alejando siempre del cultivo y de la ganadería estante el interés individual, y convirtiendo a otros objetos los fondos y la industria de la nación que debían animarlos. […]
Es ciertamente imposible favorecer con igualdad el interés individual, dispensándole el derecho de aspirar a la propiedad territorial, sin favorecer al mismo tiempo la acumulación de esta riqueza; y es también imposible suponer esta acumulación sin reconocer aquella desigualdad de fortunas que se funda en ellas, y que es el verdadero origen de tantos vicios y tantos males como afligen a los cuerpos políticos.
En este sentido no se puede negar que la acumulación de la riqueza sea un mal; pero, sobre ser un mal necesario, tiene más cerca de sí el remedio. Cuando todo ciudadano puede aspirar a la riqueza, la natural vicisitud de la fortuna la hace pasar rápidamente de unos en otros; por consiguiente, nunca puede ser inmensa en cantidad ni en duración para ningún individuo. La misma tendencia que mueve a todos hacia este objeto, siendo estímulo de unos, es obstáculo para otros, y si en el natural progreso de la libertad de acumular no se iguala la riqueza, por lo menos la riqueza viene a ser para todos igualmente premio de la industria y castigo de la pereza.
Por otra parte, supuesta la igualdad de derechos, la desigualdad de condiciones tiene muy saludables efectos. Ella es la que pone las diferentes clases del Estado en una dependencia necesaria y recíproca; ella es la que las une con los fuertes vínculos del mutuo interés; ella la que llama las menos al lugar de las más ricas y consideradas; ella, en fin, la que despierta e incita el interés personal, avivando su acción tanto más poderosamente, cuanto la igualdad de derechos favorece en todos la esperanza de conseguirla.
No son, pues, estas leyes las que ocuparán inútilmente la atención de la Sociedad. Sus reflexiones tendrán por objeto aquellas que sacan continuamente la propiedad territorial del comercio y circulación del Estado; que la encadenan a la perpetua posesión de ciertos cuerpos y familias; que excluyen para siempre a todos los demás individuos del derecho de aspirar a ella, y que uniendo el derecho indefinido de aumentarla a la prohibición absoluta de disminuirla, facilitan una acumulación indefinida y abren un abismo espantoso, que puede tragar con el tiempo toda la riqueza territorial del Estado. Tales son las leyes que favorecen la amortización."
Informe sobre la ley agraria.

En aquel año de 1787 una célebre publicación periódica que actuaba de vocera de las ideas ilustradas, El Censor, saca en sus páginas la Sátira II. A Arnesto, que protesta de la degeneración de la nobleza, de la pérdida de su prestigio social y en consecuencia de su inutilidad:
"Mira, Arnesto,
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida,
y cuál su virulencia va enervando
la actual generación. ¡Apenas de hombres
la forma existe…! ¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello
o de Paredes los robustos hombros?
El pesado morrión, la penachuda
y alta cimera, ¿acaso se forjaron
para cráneos raquíticos? ¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto?
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?… Vuelve, ¡oh fiero berberisco!,
y otra vez corre desde Calpe al Deva,
que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
que te resistan; débiles pigmeos
te esperan. De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos…
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh vilipendio! ¡Oh siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda."

 

En la Sátira II. A Arnesto dice Jovellanos: "No haya clases ni estados". Parecen palabras puestas en boca de un revolucionario convencido. Pero no es así; obsérvese que también dice: "sea todo infame behetría". No nos confundamos; nuestro autor defiende una política ilustrada, en la que destaca la figura patriarcal del monarca, como la más alta representación simbólica de un gobierno y una administración reformistas, caracterizados por una filantropía más cercana al paternalismo que al famoso lema de la fraternidad, luego proclamado por la Revolución Francesa. Los ilustrados —y entre ellos Jovellanos— respetan el orden social establecido. Con sus reformas buscan lo que denominaban la felicidad del pueblo, su bienestar, y no que el pueblo participe en las decisiones políticas. En el texto siguiente el asturiano aboga por el respeto de las tradiciones populares, por la libertad y la protección que debe brindarse al pueblo para que se divierta; dicho de otro modo: el gobierno ha de comprender y, por tanto, permitir que el pueblo se divierta. En este aspecto la libertad del pueblo consiste en que el gobierno "le deje divertirse":
"Este pueblo necesita diversiones, pero no espectáculos. No ha menester que el Gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse. En los pocos días, en las breves horas que puede destinar a su solaz y recreo, él buscará, él inventará sus entretenimientos; basta que se le dé libertad y protección para disfrutarlos. Un día de fiesta claro y sereno, en que pueda libremente pasear, correr, tirar a la barra, jugar a la pelota, al tejuelo, a los bolos, merendar, beber, bailar y triscar por el campo, llenará todos sus deseos, y le ofrecerá la diversión y el placer más cumplidos. ¡A tan poca costa se puede divertir a un pueblo, por grande y numeroso que sea!
Sin embargo, ¿cómo es que la mayor parte de los pueblos de España no se divierten en manera alguna? Cualquiera que haya corrido nuestras provincias habrá hecho muchas veces esta dolorosa observación. En los días más solemnes, en vez de la alegría y bullicio que debieran anunciar el contento de sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción, un triste silencio, que no se pueden advertir sin admiración y lástima. Si algunas personas salen de sus casas, no parece sino que el tedio y la ociosidad las echan de ellas, y las arrastran al ejido, al humilladero, a la plaza o al pórtico de la iglesia, donde, embozados en sus capas, o al arrimo de alguna esquina, o sentados, o vagando acá y acullá, sin objeto ni propósito determinado, pasan tristemente las horas y las tardes enteras sin espaciarse ni divertirse. Y si a esto se añade la aridez e inmundicia de los lugares, la pobreza y desaliño de sus vecinos, el aire triste y silencioso, la pereza y falta de unión y movimiento que se nota en todas partes, ¿quién será el que no se sorprenda y entristezca a vista de tan raro fenómeno?
No es de este lugar descubrir todas las causas que concurren a producirle; sean las que fueren, se puede asegurar que todas emanarán de las leyes. Pero sin salir de nuestro propósito no podemos callar que una de las más ordinarias y conocidas está en la mala policía de muchos pueblos. El celo indiscreto de no pocos jueces se persuade a que la mayor perfección del gobierno municipal se cifra en la sujeción del pueblo, y a que la suma del buen orden consiste en que sus moradores se estremezcan a la voz de la justicia, y en que nadie se atreva a moverse ni cespitar al oír su nombre. En consecuencia, cualquiera bulla, cualquiera gresca o algazara recibe el nombre de asonada y alboroto; cualquiera disensión, cualquiera pendencia es objeto de un procedimiento criminal, y trae en pos de sí pesquisas y procesos, y prisiones y multas, y todo el séquito de molestias y vejaciones forenses. Bajo tan dura policía el pueblo se acobarda y entristece, y sacrificando su gusto a su seguridad, renuncia a la diversión pública e inocente, pero, sin embargo, peligrosa, y prefiere la soledad y la inacción, tristes a la verdad y dolorosas, pero al mismo tiempo seguras.
[…]
Se dirá que todo se sufre, y es verdad: todo se sufre, pero se sufre de mala gana; todo se sufre, pero ¿quién no temerá las consecuencias de tan largo y forzado sufrimiento? El estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría; el de sujeción lo es de agitación, de violencia y disgusto; por consiguiente, el primero no es durable, el segundo, expuesto a mudanzas. No basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y sólo en corazones insensibles o en cabezas vacías de todo principio de humanidad y aun de política, puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo."
Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas.
En esta Memoria, como en el Informe sobre la ley agraria y en otros muchos escritos, Jovellanos indaga los motivos históricos de las circunstancias que estudia. Pero no se limita a la comisión política que en cada momento tiene entre manos, sino que aprovecha sus viajes para anotar observaciones de toda índole, para consultar documentos históricos, manuscritos varios; todo lo lee, de todo se informa. Ya vimos que, según decía Polt, su curiosidad es insaciable y añadimos ahora que su capacidad de trabajo era inmensa.
En 1782 Antonio Ponz le pedía algunos datos sobre monumentos leoneses y sobre Asturias, para incluirlos en su Viaje de España. La obra de Ponz, que comenzó a publicarse en 1772 y llegó a constar de dieciocho tomos, fue elaborada a partir de las observaciones realizadas por el propio autor y varios colaboradores, con objeto de presentar un panorama artístico, económico y social del reino. Jovellanos escribió diez cartas para responder a Ponz, pero éste sólo pudo utilizar la información de una de ellas, así que el magistrado asturiano pensó publicarlas bajo el título de Viaje de Asturias. Hay en estas cartas información sobre diversos asuntos (arte, costumbres, comunicaciones, agricultura, industria, etc.). Destaquemos un párrafo de la carta IX donde realiza con bastante rigor un estudio que hoy llamaríamos etnográfico:
"Vaqueiros de alzada llaman aquí a los moradores de ciertos pueblos fundados sobre las montañas bajas y marítimas de este principado, en los concejos que están a su ocaso, cerca del confín de Galicia. Llámanse vaqueiros porque viven comúnmente de la cría de ganado vacuno y de alzada porque su asiento no es fijo, sino que alzan su morada y residencia y emigran anualmente con sus familias y ganados a las montañas altas.
Las poblaciones que habitan, si acaso merecen este nombre, no se distinguen con el título de villa, aldea, lugar, feligresía, ni cosa semejante, sino con el de braña, cuya denominación peculiar a ellas significa una pequeña población habilitada y cultivada por estos vaqueiros.
La palabra braña pudiera dar ocasión a muchas reflexiones, si buscando su origen en alguna de las antiguas lenguas, quisiésemos rastrear por ella el de los pueblos que probablemente la trajeron a Asturias. Pero este modo de averiguar los orígenes de gentes y naciones es muy falible y expuesto a grandísimos errores. Bástele a usted saber que braña vale tanto en el dialecto de Asturias como en la media latinidad brannam, lugar alto y empinado, según la autoridad de Ducange.
El vecindario de cada braña es por lo común muy reducido, pues fuera de alguna otra que llega a 50 hogares, está por lo común entre 20 y 30 y aun las hay de 16,14, 8 y 6 vecinos solamente.
Los vaqueiros viven, como he dicho, de la cría de ganados, prefiriendo siempre el vacuno, que les da su nombre, aunque crían también alguno lanar y caballar. Las demás ocupaciones son subsidiarias y sólo tomadas para suplemento de la subsistencia. Tan cierto es que el interés, este gran móvil a que obedece el hombre en cualquiera situación, no ha inspirado todavía a estas gentes sencillas otro deseo que el de suplir a sus primeras y menos dispensables necesidades.
La riqueza, pues, cifrada en esta granjería pecuaria no proveería a una gran multiplicación de estos vaqueiros, si no buscasen el aumento de sus ganados, origen de su subsistencia, por dos medios igualmente seguros: uno, el de trashumar con ellos por el verano a las montañas altas del mismo principado y del reino de León, y otro, el de cultivar prados de guadaña para asegurar con el heno que producen el alimento de sus ganados durante el invierno.
En este punto son nuestros vaqueiros muy dignos de alabanza, pues con laudable afán abren sus prados, aunque sea en las brañas más ásperas, los cercan de piedra, los abonan con mucho y buen estiércol divierten hacia ellos todas las aguas que pueden recoger y siegan y embalagan su heno con grande aseo y perfección. No hay, créalo usted, no puede presentarse objeto más agradable a la vista de un caminante que esta muchedumbre de pequeños prados, presentados a ella como otras tantas alfombras de un verde vivísimo, tendidas aquí y allí sobre las suaves lomas en que están situados los pueblecitos, interrumpidas por las cercas y chozas y pobladas de variedad de ganados que pastan sus yerbas y cruzan continuamente por ellas."

 

Abundando en lo que se refiere a la variedad de su obra, cabe mencionar las anotaciones sobre los más variados asuntos que encontramos en sus Diarios, donde se descubren incluso apuntes líricos como los que a continuación reproducimos:
"En la jornada a Ribadesella por Collía, telas de arañas, hermoseadas con el rocío, así: Cada gota un brillante, redondo, igual, de vista muy encantadora. Marañas entre las árgomas, no tejidas vertical sino horizontalmente, muy enredadas, sin plan ni dibujo. ¡Cosa admirable! Hilos que atraviesan un callejón. ¿Por dónde pasaron estas hilanderas y tejedoras, que sin trama ni urdimbre, sin lanzadera, peine ni enxullo tejen tan admirables obras? ¿Y cómo no las abate el rocío? El peso del agua que hay sobre ellas excede sin duda en un décuplo al de los hilos. Todo se trabaja en una noche; el sol del siguiente día deshace las obras y obliga a renovar la tarea.
Nubes; calma; anuncia calor igual al de ayer. No puedo echar de mi memoria la situación de Santa Catalina en la noche de ayer. La dudosa y triste luz del cielo; la extensión del mar, descubierta de tiempo en tiempo por medrosos relámpagos que rompían el lejano horizonte; el ruido sordo de las aguas, quebrantadas entre las peñas al pie de la montaña; la soledad, la calma y el silencio de todos los vivientes hacían la situación sublime y magnífica sobre toda ponderación. En medio de ella interrumpió mis meditaciones el ¿Quién vive? de un centinela apostado en el pórtico de la ermita, el cual oída la respuesta, echó a cantar en el tono patético del país, y esta única voz, de que yo me alejaba poco a poco, contrastaba maravillosamente con el silencio universal. ¡Hombre!, si quieres ser venturoso, contempla la naturaleza y acércate a ella; en ella está la fuente del escaso placer y felicidad que fueron dados a tu ser."
Diarios.
Decía el profesor Caso González que "las doctrinas estéticas y preceptivas de Jovellanos son principalmente las del clasicismo: el principio fundamental del arte es la imitación; pero en lo moral esta imitación debe preferir lo universal a lo particular; por tanto existe una belleza ideal, de la que todos los seres participan, sin que ninguno sea absolutamente perfecto; ni el arte sin el sentimiento, ni el sentimiento sin el arte". Formalmente clasicistas son sus poemas, aun sus sátiras, como la que leímos más arriba, a Arnesto. Pero su concepto de imitación no se refiere a la imitación de modelos consagrados, sino de la naturaleza misma. En la oración pronunciada en 1797 con motivo de la apertura del nuevo curso, dice a los alumnos del Instituto Asturiano:
"¿Por ventura es otro el oficio de la gramática, retórica y poética, y aun de la dialéctica y lógica, que el de expresar rectamente nuestras ideas? ¿Es otro su fin que la exacta enunciación de nuestros pensamientos por medio de palabras claras, colocadas en el orden y serie más convenientes al objeto y fin de nuestros discursos?
Pues tal será la suma de esta nueva enseñanza. Ni temáis que para darla oprimamos vuestra memoria con aquel fárrago importuno de definiciones y reglas a que vulgarmente se han reducido estos estudios. No por cierto; la sencilla lógica del lenguaje, reducida a pocos y luminosos principios, derivados del purísimo origen de nuestra razón, ilustrados con la observación de los grandes modelos en el arte de decir, harán la suma de vuestro estudio. Corto será el trabajo, pero si vuestra aplicación correspondiere a nuestros deseos y al tierno desvelo del laborioso profesor que está encargado de vuestra enseñanza, el fruto será grande y copioso.
Mas, por ventura, al oírme hablar de los grandes modelos, preguntará alguno si trato de empeñaros en el largo y penoso estudio de las lenguas muertas, para transportaros a los siglos y regiones que los han producido. No, señores; confieso que fuera para vosotros de grande provecho beber en sus fuentes purísimas los sublimes raudales del genio que produjeron Grecia y Roma. Pero valga la verdad, ¿sería tan preciosa esta ventaja como el tiempo y el ímprobo trabajo que os costaría alcanzarla? ¿Hasta cuándo ha de durar esta veneración, esta ciega idolatría, por decirlo así, que profesamos a la antigüedad? ¿Por qué no habemos de sacudir alguna vez esta rancia preocupación, a que tan neciamente esclavizamos nuestra razón y sacrificamos la flor de nuestra vida?
Lo reconozco, lo confieso de buena fe; fuera necedad negar la excelencia de aquellos grandes modelos. No, no hay entre nosotros, no hay todavía en ninguna de las naciones sabias cosa comparable a Homero y Píndaro ni a Horacio y el mantuano; nada que iguale a Jenofonte y Tito Livio ni a Demóstenes y Cicerón. Pero ¿de dónde viene esta vergonzosa diferencia? ¿Por qué en las obras de los modernos, con más sabiduría, se halla menos genio que en las de los antiguos, y por qué brillan más los que supieron menos? La razón es clara, dice un moderno: porque los antiguos crearon, y nosotros imitamos; porque los antiguos estudiaron en la naturaleza, y nosotros en ellos. ¿Por qué, pues no seguiremos sus huellas? Y si queremos igualarlos, ¿por qué no estudiaremos como ellos? He aquí en lo que debemos imitarlos."
Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias.

Añadía el profesor Caso que, "si en la imitación de lo moral era preferible la imitación de lo universal, en la de la naturaleza material no cabe más que la imitación de lo particular, y el escritor no tiene derecho a buscar en cada cosa concreta el rasgo más bello, para unirlos todos, describiendo, por ejemplo, un árbol ideal; pero ello no significa que no pueda embellecer cada cosa particular; lo natural será siempre superior a lo artificioso". En los textos poéticos de Jovellanos, además de tópicos clásicos como el Beatus ille o el menosprecio de corte y alabanza de aldea, hallamos las mismas "imitaciones de la naturaleza" que ya veíamos en sus Diarios: descripciones de paisajes que esconden verdaderas observaciones, aunque no exentas de idealización. En la Epístola de Jovino a Anfriso escrita desde El Paular (1780) el poeta enmarca su pesadumbre y su soledad en un paisaje real, a orillas del río Lozoya y al pie de la sierra de Guadarrama, vistos desde el monasterio de El Paular, cercano a Rascafría:
"De afán y angustia el pecho traspasado,
pido a la muda soledad consuelo
y con dolientes quejas la importuno.
Salgo al ameno valle, subo al monte,
sigo del claro río las corrientes,
busco la fresca y deleitosa sombra,
corro por todas partes, y no encuentro
en parte alguna la quietud perdida.
¡Ay, Anfriso, qué escenas a mis ojos,
cansados de llorar, presenta el cielo!
Rodeado de frondosos y altos montes
se extiende un valle, que de mil delicias
con sabia mano ornó Naturaleza.
Pártele en dos mitades, despeñado
de las vecinas rocas, el Lozoya,
por su pesca famoso y dulces aguas.
Del claro río sobre el verde margen
crecen frondosos álamos, que al cielo
ya erguidos alzan las plateadas copas
o ya sobre las aguas encorvados,
en mil figuras miran con asombro
su forma en los cristales retratada.
De la siniestra orilla un bosque ombrío
hasta la falda del vecino monte
se extiende, tan ameno y delicioso,
que le hubiera juzgado el gentilismo
morada de algún dios, o a los misterios
de las silvanas dríadas guardado.
Aquí encamino mis inciertos pasos
y en su recinto ombrío y silencioso,
mansión la más conforme para un triste,
entro a pensar en mi cruel destino.
La grata soledad, la dulce sombra,
el aire blando y el silencio mudo
mi desventura y mi dolor adulan."

 

Véase también un marco real en esta "Epístola a Batilo", donde describe el río Bernesga a su paso por León:
"Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados,
antiguos y altos chopos, que su orilla
bordáis en torno, ¡ah, cuánto gozo, cuánto
a vuestra vista siente el alma mía!
¡Cuán alegres mis ojos se derraman
sobre tanta hermosura! ¡Cuán inquietos,
cruzando entre las plantas y las flores,
ya van, ya vienen por el verde soto
que al lejano horizonte dilatado
en su extensión y amenidad se pierde!
Ora siguen las ondas transparentes
del ancho río, que huye murmurando
por entre las sonoras piedrezuelas;
ora de presto impulso arrebatados
se lanzan por las bóvedas sombrías
que a lo largo del soto entretejiendo
sus copas forman los erguidos olmos,
y mientras van acá y allá vagando,
la dulce soledad y alto silencio
que reina aquí, y apenas interrumpen
el aire blando y las canoras aves,
de paz mi pecho y de alegría inundan.
¿Y hay quien de sí y vosotros olvidado
viva en afán o muera en el bullicio
de las altas ciudades? ¿Y hay quien, necio,
del arte las bellezas anteponga,
nunca de ti, oh Natura, bien copiadas,
a ti, su fuente y santo prototipo?
¡Oh ceguedad, oh loco devaneo,
oh míseros mortales! Suspirando
vais de contino tras la dicha, y mientras
seguís ilusos una sombra vana
os alejáis del centro que la esconde.
¡Ah!, ¿dónde estás, dulcísimo Batilo,
que no la vienes a gozar conmigo
en esta soledad? Ven en su busca,
do sin afán probemos de consuno
tan suaves delicias; corre, vuela,
y si la sed de más saber te inflama,
no creas que entre gritos y contiendas
la saciarás. ¡Cuitado!, no lo esperes,
que no escondió en las aulas rumorosas
sus mineros riquísimos Sofía.
Es más noble su esfera: el universo
es un código; estúdiale, sé sabio.
Entra primero en ti, contempla, indaga
la esencia de tu ser y alto destino.
Conócete a ti mismo, y de otros entes
sube al origen. Busca y examina
el orden general, admira el todo,
y al Señor en sus obras reverencia."

 

Años después (1806), confinado en el castillo de Bellver, describirá con pautas similares el paisaje que le rodea e imaginará cómo pudiera haber sido la vida medieval en el castillo:
"Yo no sé si alguna particular providencia quiso agraviar mi infortunio, contemplando a mis ojos el horror de esta soledad; sé, sí que al paso que caían los árboles y huían las sombras del bosque, le iban abandonando poco a poco sus inocentes y antiguos moradores. No ha mucho tiempo que se criaba en él toda especie de caza menor, que como contada entre los derechos del Gobierno, y por lo mismo poco perseguida, crecía en libertad y además se aumentaba con la que acosada en los montes vecinos, buscaba aquí un asilo. Abundaban sobre todo los conejos, cuya colonia, domiciliada aquí por don Jaime el Segundo, se había aumentado a par de su natural fecundidad. Solíalos yo ver con frecuencia al caer de la tarde salir de sus hondas madrigueras, saltar entre las matas, y pacer seguros en la fresca yerba a la dudosa luz del crepúsculo. Criábanse también muchas liebres, y alguna, al atravesar yo por la espesura, pasó como una flecha ante mis pies, huyendo medrosa de su misma sombra. El ronco cacareo de la perdiz se oía aquí a todas horas, y ¡cuántas veces su violento y repentino vuelo no me anunció que escondía sus polluelos al abrigo de los lentiscos! Desde que la aurora rayaba, una muchedumbre de calandrias, jilgueros, verderones y otros pajarillos salía a llenar el bosque de movimiento y armonía, bullendo por todas partes, picoteando en insectos y flores, cantando, saltando de rama en rama, volando a las distantes aguas y volviendo a buscar su abrigo so las copas de los árboles, y tal vez esconder en ellas el fruto de su ternura; y mientras la bandada de zancudos chorlitos, rodeando velozmente la falda y laderas del cerro, los asustaba con sus trémulos silbidos, el tímido ruiseñor, que esperaba la escasa luz para cantar sus amores, rompía con dulces gorjeos el silencio y las sombras de la noche, y enviaba desde la hondonada el eco de sus tiernos suspiros a resonar en torno de estos torreones solitarios. Usted comprenderá, sin que yo se lo diga, cuánto consolarían este desierto tan agradables e inocentes objetos, pero todos le van ya desamparando poco a poco, todos desaparecen, y sintiendo conmigo su desolación, todos emigran a los bosques vecinos, y abandonan una patria infeliz, que ya no les puede dar abrigo ni alimento, mientras que yo, desterrado también de la mía, quedo aquí solo para sentir su ausencia y destino, y veo desplomarse sobre el mío todo el horror y tristeza de esta soledad.
*****
Algo distrae de tan tristes reflexiones la idea de otros objetos que tuvo en algún tiempo este castillo, pues se dice haberse destinado para palacio de los reyes de Mallorca, y aun se añade que en él vivió y murió no sé qué persona real. Esto último parece una patraña, desmentida por la historia; pero la elegancia interior de la obra y la distribución de sus magníficas habitaciones, que no desdicen de aquel noble destino, confirman lo primero. Puede probarlo también la grande y hermosa capilla, dedicada a san Marcos, su patrono, y otras oficinas del interior, y en fin, el que entre tantas obras grandes como se emprendieron en Palma después de la conquista, no se halla otra que parezca destinada a la morada de sus reyes.
¿Quién, pues, se detendrá un poco a contemplarla en aquellos antiguos destinos, que trasportado en espíritu a tan remota época, y recordando el carácter y costumbres que la distinguían, no se halle sorprendido por las ideas y sentimientos que su misma forma presenta al hombre pensador? Porque figúrese usted este castillo cercado de un ejército enemigo, embarazado con armas y máquinas, y lleno de caballeros, escuderos y peones ocupados en su defensa. ¡Qué!, ¿no tropezará usted con ellos en todas partes, subiendo, bajando, corriendo y haciendo resonar en torno de estas huecas bóvedas la estrepitosa vocería del combate? ¿Y no le parecerá que ve a unos jugando desde los muros y torres sus armas o máquinas, o asestando sus tiros al abrigo de las troneras y saeteras, y otros en la barrera exterior, presentando sus pechos al enemigo, mientras los más distinguidos defienden el pendón real que sobre el alto homenaje tremola al viento los blasones de Mallorca? Pues, y los sitiadores, ¿cómo no figurárselos arremolinados por la cima del cerro, lanzando desde sus tornos, algarradas y manganillas un diluvio de dardos y piedras sobre los sitiados, o bien apiñados en derredor de los muros y barreras, lidiando y pugnando por vencerlos? Y con tal conflicto, ¿quién no se horrorizará al contemplar la saña con que unos y otros harían subir hasta el cielo su rabioso alarido, y con que, llenos de sudor y fatiga y cubiertos de polvo y sangre, se obstinaban todavía en el horrendo ministerio de recibir o dar la muerte?
Pero en otro tiempo y situación, ¡cuán diferentes escenas no presentarían estos salones, hoy desmantelados, solitarios y silenciosos! ¿Cuál sería de ver a los próceres mallorquines, cuando después de haber lidiado en el campo de batalla o en liza del torneo a los ojos de su príncipe, venían a recibir de su boca y de sus brazos la recompensa de su valor? Y si la presencia de las damas realzaba el precio de esta recompensa, ¡qué nuevo entusiasmo no les inspiraría, y cuánto al mismo tiempo no hincharía el corazón de los escuderos y donceles, preparándolos para estas nobles fatigas, bien premiadas entonces con sólo una sonrisa de la belleza! Y ¡qué, si los consideramos cuando en medio de sus príncipes y sus damas, cubiertos, no ya del morrión y coraza, sino de galas y plumas, se abandonaban enteramente al regocijo y al descanso, y pasaban en festines y banquetes, juegos y saraos las rápidas y ociosas horas! El espíritu no puede representarse sin admiración aquellas asambleas, menos brillantes acaso, pero más interesantes y nobles que nuestros modernos bailes y fiestas, pues que allí en medio de la mayor alegría, reinaban el orden, la unión y el honesto decoro; la discreta cortesanía templaba siempre el orgullo del poder, y la fiereza del valor era amansada por la tierna y circunspecta galantería."
Descripción del castillo de Bellver.
Hay quien ha querido ver prerromanticismo e incluso romanticismo en la obra de Jovellanos. Sin negar que puedan rastrearse en algunos escritos del asturiano precedentes estilísticos que posteriormente derivarán en rasgos característicos del movimiento romántico, parece muy dudoso que pueda considerarse otra cosa que ilustrada la obra de quien, como él, estuvo inmerso en las circunstancias de su tiempo y escribió condicionado siempre por esas circunstancias.

 

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